Serie 1 – Homenaje a la muerte

Programa

Pavana para una infanta difunta

Maurice Ravel

 

Concierto para trombón y orquesta

Alexander Arutiunian

 

Adagio maestoso e andante sostenuto

Allegretto

Allegro

 

INTERMEDIO

 

Sinfonía No. 6 en si menor, Op. 74, Patética

Piotr Ilyich Tchaikovsky

 

Adagio-Allegro non troppo

Allegro con grazia

Allegro molto vivace

Finale: Adagio lamentoso

 

Director artístico: Eduardo Diazmuñoz

Solista invitado: Julio Briseño (trombón)

 

*Programación sujeta a cambios

 

 

EDUARDO DIAZMUÑOZ

 

Eduardo Diazmuñoz se ha ganado el reconocimiento internacional como uno de los músicos más versátiles y completos de su generación ya que desde su debut a los 22 años de edad en el Palacio de Bellas Artes, es considerado como un “músico completo” que conjuga el entrenamiento de la “vieja escuela” de dirección orquestal, con amor, pasión, compromiso y proclividad a innovar, aunados a una infatigable curiosidad musical que le ha llevado a estrenar más de 150 obras.

 

Algunas de sus composiciones han sido estrenadas y grabadas en México, Europa y Estados Unidos. También ha compuesto para cine, teatro y televisión. Ha dirigido a más de 110 orquestas, ha grabado más de 35 discos para 24 sellos, algunos de ellos reeditados, fundamentalmente promoviendo música mexicana. Tiene en su haber asimismo, dos discos de oro y uno de platino por sus ventas discográficas con El Tri Sinfónico.

 

En México son de buen recuerdo sus residencias con la Filarmónica de la Ciudad de México (de la que es miembro fundador), la OFUNAM, la OSEM, la Sinfónica Carlos Chávez, la Orquesta de Baja California, L’Academie Tecquepegneuse, que co-fundó en 1978 y la Filarmónica Metropolitana que fundó en 1998, éstas dos para proyectos especiales.

 

Ha sido galardonado con el Premio Nacional de la Juventud 1975; los cuatro reconocimientos otorgados por la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música de México, (1978, 1987, 1997 y 2002); nominado al Grammy Latino en tres ocasiones, obtuvo la anhelada presea en su tercera nominación; el Premio al Músico Internacional del Año 2003 por su promoción a la música nueva, otorgado por el International Biographical Centre con sede en Cambridge, Inglaterra, entre otros.

 

Diazmuñoz celebró en 2015 sus 40 años como director de orquesta actuando al frente de la Filarmónica de Boca del Río. Dirigió la celebración por los 100 años del Conservatorio de Sidney, con quien llevó a cabo un magno concierto justo en la fecha del Centenario, con la impactante obra de su mentor, Leonard Bernstein, Mass (Misa) en la legendaria casa de ópera de Sidney al frente de más de 400 músicos, cantantes y bailarines.

 

Asimismo, en junio de ese mismo año dirigió al frente de OFUNAM, el estreno mundial de su más reciente composición sinfónica (Los inesperados caminos del espíritu), la cual estrenó localmente al año siguiente con la Orquesta Sinfónica de Xalapa.

 

Su compromiso con la educación musical ha quedado de manifiesto en varios países; en el Conservatorio Nacional, en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el Programa Nacional de Orquestas y Coros Juveniles y en la Academia Musical Fermatta en México.

 

En Francia, en la Société Philarmonique de París. En Estados Unidos, en la Escuela de Artes del Nuevo Mundo en Miami y en la Universidad de Illinois en donde destacó por haber fungido como Director Artístico y Musical tanto de Opera at Illinois con tres producciones anuales durante una década, habiendo producido en ese lapso 38 óperas, como también la re-estructuración del Ensamble de Música Nueva, habiéndolo consolidado como el de mayor calidad dentro de la Universidad y de la escena musical contemporánea en el estado.

 

De agosto del 2013 a noviembre del 2018, fue presidente del área de Dirección, profesor de los programas de maestría y doctorado en Dirección Orquestal, así como director artístico-musical y director titular de la Orquesta Sinfónica del Conservatorium de Sidney, Australia, posiciones que ganó por oposición internacional. Su regreso a México se da a partir de enero de 2019 como director artístico de la OSUANL, en Monterrey.

 

Diazmuñoz estudió piano, violoncello, percusión y dirección en el Conservatorio Nacional pero antes de ingresar a éste, se dedicó al aprendizaje autodidacta de varios instrumentos.

 

Cinco años después de haberse graduado, en 1983, decidió dedicar su energía y tiempo para dirigir y componer. Actualmente, está trabajando en el proyecto que dejó inconcluso el afamado compositor mexicano Daniel Catán, con su inesperado y prematuro fallecimiento en 2011.

 

Por todo lo anterior, el Maestro Diazmuñoz es sinónimo de calidad, de precisión, de certeza, de innovación, de compromiso, de pasión y de audacia, cualidades que refrenda en cada una de sus presentaciones desde hace más de cuatro décadas.

 

 

JULIO BRISEÑO

 

Distinguido músico mexicano. Como trombonista solista ha actuado con las  orquestas más relevantes de este país, incluyendo la Orquesta Sinfónica Nacional de México, la Filarmónica de la Ciudad de México, la Orquesta Sinfónica del Estado de México, la Orquesta Sinfónica de la UANL, la Filarmónica de la UNAM, la Orquesta de Cámara de Bellas Artes, entre otras. En el extranjero ha actuado con la Filarmónica de Bogotá, y también se ha presentado en la Universidad del Sur de Texas y en la Eastman School of Music de la Universidad de Rochester. Entre los directores con los que ha trabajado destacan: Luis Herrera de la Fuente, Eduardo Diazmuñoz, Fernando Lozano, Lior Shambadal, Varujan Kojan, Francisco Savín, Manuel de Elías, Kenneth Jean.

 

Julio Briseño ha presentado el estreno en México de varias obras del repertorio, sobresaliendo el Concierto para Trombón y Orquesta de Carlos  Chávez,  última  obra escrita por el compositor. Se agregan a la lista los conciertos para trombón de Gordon Jacob, Launy Gröndahl, Gabriel Pareyón, Georg Cristoph Wagenseil, Kasimiersz Serocki, y Alexander Arutiunian.

 

Ha compartido el escenario con figuras de clase mundial, como Ralph Sauer, James Thompson, Fred Mills, legendario trompetista del Canadian Brass, Jens Lindemann, virtuoso mundial de la  trompeta,  Patrick  Sheridan, virtuoso de la tuba, Martin Hackleman, corno principal de la Sinfónica Nacional de Washington y Jerome Ashby, corno principal de la Filarmónica de Nueva York.

 

Como Director de Orquesta ha actuado al frente de la Orquesta Filarmónica de Querétaro, la Sinfónica del Estado de Puebla, la Orquesta Sinfónica de Aguascalientes, la Sinfónica Carlos Chávez,  la sección de metales y percusiones de la Filarmónica de la Ciudad de México, entre otros grupos. Con la Orquesta de Cámara de México dirigió una serie de conciertos en la celebración del año BACH 2000 en Puebla, que incluyó los Conciertos de Brandenburgo y las Suites  Orquestales,  así  como  La  Pasión Según San Mateo, con la participación de destacados solistas mexicanos, el Coro Convivium Musicum y el Coro de la Escuela Nacional de Música. En 2010 dirigió la presentación en México del Oratorio Ocasional de Handel, con el coro de niños de la Schola Cantorum de México y la Orquesta Carlos Chávez.

 

Como ejecutante de trombón antiguo destaca su participación con el Angelicum de Puebla en las grabaciones de la serie México Barroco, dirigidas por Benjamín Juárez Echenique. Así como con el grupo Concierto Barroco, dirigido por Denia Díaz, en cuyo repertorio se incluye música europea de los siglos XV al XVIII, y partituras de diversas colecciones y archivos musicales de Catedrales Novohispanas y de América del Sur.

 

Actualmente es profesor de trombón y música de cámara en el Conservatorio Nacional de Música, y Trombón Principal de la Orquesta Filarmónica de la Ciudad de México.

 

Por su trabajo artístico y académico, Julio Briseño ha sido galardonado con diversos premios, como el Diploma de la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música, en 1985, y la Medalla Mozart de Oro Grado de Excelencia, edición 1998, otorgada por la Embajada de Austria en México y la Fundación Domecq.

 

 

NOTAS AL PROGRAMA

Por: Juan Arturo Brennan

 

MAURICE RAVEL  (1875-1937)

 

Pavana para una infanta difunta

 

Entre las cosas más divertidas que hay a la hora de escribir notas de programa, está la de encontrar clasificaciones para las obras musicales, y describirlas o comentarlas a partir de esas clasificaciones. La Pavana para una infanta difunta de Ravel es ideal para este procedimiento, ya que puede ser clasificada de varias maneras:

 

1.- Como una de tantas obras escritas en la forma de una danza, porque una pavana es, simplemente, una danza antigua.

2.- Como una de las muchas obras que se han compuesto con dedicatoria a un personaje noble (real o ficticio), porque una infanta no es más que una princesa.

3.- Como una de las numerosas obras musicales dedicadas a comentar con sonidos la muerte, porque es evidente que la infanta de Ravel está cabalmente muerta.

4.- Como una de las obras del catálogo de Ravel que nacieron primero como obras para piano y que fueron orquestadas posteriormente por el autor.

 

Dicho lo cual, es posible afirmar que entre las mil definiciones de la pavana que es posible hallar en los diccionarios de música, hay varias que mencionan el dato de que el nombre de esta danza pudo surgir del hecho de que quienes la bailaban antiguamente hacían un semicírculo que parecía la cola de un pavo. Entre las fuentes más antiguas y más interesantes sobre este tema, destaca la famosa Orquesografía de Thoinot Arbeau, que es un tratado sobre diversas formas de danza, escrito como un divertido diálogo entre el mismo Arbeau y un ficticio personaje llamado Capriol. A lo largo del texto, Arbeau va resolviendo todas las dudas de Capriol sobre las danzas más comunes del siglo XVI. La Orquesografía se publicó en Langres en 1588, y en el capítulo correspondiente a la danza llamada Pavana de España, el señor Arbeau nos dice:

 

La Pavana de España se baila en tiempo binario moderado, con la melodía y los movimientos que siguen en la lista. Y cuando ha bailado hacia adelante en el primer pasaje, el bailarín debe retroceder, volviendo sobre sus pasos. Luego, continuando la misma melodía, se efectúa el segundo pasaje con nuevos movimientos; después, los otros movimientos que correspondan, todos los cuales pueden aprenderse sin apuro.

 

Sigue después del texto de Arbeau un ejemplo musical con la melodía de la pavana, y una descripción detallada de los pasos del baile, para que usted aprenda a bailarla sin apuro.

 

Respecto a la segunda posible clasificación de la Pavana para una infanta difunta de Ravel, puede añadirse también que la obra pudiera caber en el rubro de las músicas de inspiración española compuestas por este estupendo compositor fronterizo. Ello se deduce del hecho de que una infanta es, en España, una hija legítima del rey. Lo que sigue en este análisis es la idea de la muerte, y aquí se hace necesario apuntar que, en realidad, la Pavana de Ravel no es una típica música fúnebre, ya que no es ni tremendista, ni oscura, ni es un lamento, ni llama al Apocalipsis son sus sonidos. Más bien, este homenaje a la princesa muerta ha sido abordado por Ravel a partir de la languidez, de una contemplación musical apacible y tranquila. Así, al inicio de la Pavana raveliana tenemos una larga y serena melodía en el corno, que es el tema principal de la obra, después de la cual hay un desarrollo musical que tiene mucho de impresionista, a cargo del oboe, el arpa y las combinaciones instrumentales favoritas de Ravel. La obra se desarrolla toda dentro del mismo clima, la misma atmósfera contemplativa, para terminar en la calma y la placidez.

 

Llegamos así a la cuarta posible clasificación de esta Pavana, lo que nos lleva a averiguar que la obra fue escrita por Ravel en 1899, en su versión original para piano, y que el mismo compositor realizó la versión orquestal en 1912. Otras obras importantes de Ravel que nacieron como obras pianísticas y más tarde fueron orquestadas son la Habanera, la Rapsodia española, Mamá la Oca, Alborada del gracioso, Una barca sobre el océano y La tumba de Couperin.

 

Como comentario final a la Pavana para una infanta difunta de Maurice Ravel se antoja interesante mencionar que el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante realizó un divertido juego de palabras y conceptos en el título de uno de sus libros, La Habana para un Infante difunto, en el que hace algunas reminiscencias personales de la capital cubana, que es su ciudad natal.

 

 

ALEXANDER ARUTIUNIAN (1920-2012)

 

Concierto para trombón y orquesta

 

Adagio maestoso e andante sostenuto

Allegretto

Allegro

 

De carrera larga y prolífica, Alexander Grigori Arutiunian fue originario de Erevan, la capital de Armenia, y se convirtió en uno de los creadores más admirados de esa nación que solía formar parte de la extinta Unión Soviética. Realizó lo más importante de sus estudios básicos en el Conservatorio Komitas (nombrado en honor de otro gran músico armenio) de su ciudad natal, y más tarde viajó a Moscú a perfeccionar su aprendizaje en la Casa de la Cultura Armenia,  dividiendo su tiempo entre el estudio de la composición y el piano. Desde esa temprana época, Arutiunian se expresó en un lenguaje musical en el que ya se hallaba muy presente la vena nacionalista, una aguda conciencia de su compromiso con la cultura de Armenia; una de las primeras muestras de ello está en su obra de graduación, que fue la Cantata a la patria (1948). Años más tarde, el compositor crearía otra cantata de inspiración similar, La historia del pueblo armenio (1960). Dedicado también a labores de dirección de orquesta, Arutiunian fue nombrado director de la Orquesta Filarmónica de Armenia en 1954, y obtuvo un puesto como profesor en el Conservatorio de Erevan. En el año de 1970, el año de su cincuentenario, fue nombrado Artista del Pueblo de la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas; tres años antes Arutiunian había escrito su Oda a Lenin. Entre otros reconocimientos oficiales, Arutiunian fue galardonado también con la Orden de San Mesrop Mashtots, en el año 2001.  Las obras de Arutiunian están fuertemente marcadas por armonías y melodías populares, en especial aquellas que provienen de la tradición armenia de los ashugner o trovadores folklóricos. En este sentido, la música de Arutiunian tiene muchos puntos de contacto con la de su colega Aram Khachaturian (1903-1978). Entre los conceptos que la crítica ha vertido sobre el compositor armenio, vale la pena destacar éste, escrito por Jacques Longchampt en el diario parisino Le Monde en 1977:

 

Alexander Arutiunian, cuya música alterna entre hermosos reflejos del impresionismo y rústicas danzas folklóricas, y cuyas volcánicas y sentimentales obras son irresistibles.

 

La presencia de la música concertante en el catálogo de Arutiunian  es amplia y variada, a juzgar por la enumeración siguiente:

 

Concierto para piano (1941)

Concierto para voz (1949)

Concierto para trompeta (1950)

Concertino para piano (1951)

Scherzo concertante para trompeta (1954)

Concierto para soprano (1959)

Concierto para corno (1962, rev. 1985)

Concertino para quinteto de alientos (1964)

Concertino para violoncello (1971)

Concierto para violín, Armenia 88 (1988)

Concierto para trombón (1990)

Concierto para tuba (1992)

 

En esta lista se encuentra la obra más difundida y popular de Arutiunian, su fogoso y extrovertido Concierto para trompeta y orquesta, pieza indispensable en el repertorio del instrumento. Cuatro décadas después de componer el Concierto para trompeta, Arutiunian escribió su Concierto para trombón, obra que sin alcanzar la estatura de su predecesora, conserva muchos de los rasgos expresivos y colorísticos de la mejor música del compositor armenio. El Concierto para trombón, encargado al compositor por la casa editora suiza Ediciones BIM fue escrito entre 1990 y 1991, en el contexto de un período particularmente dramático en la vida de Armenia debido a la turbulencia política del momento y a un catastrófico terremoto, tal y como lo señalan las notas proporcionadas por la propia casa BIM.

 

El primer movimiento del concierto es lírico, intenso y expresivo. En el segundo destacan sus ritmos danzarines, no exentos de cierto sentido del humor, sustentados por un ágil compás de 6/8. El movimiento final se inicia con un dramático redoble de timbal que conduce a la poderosa entrada del trombón. Este finale es pujante y extrovertido y presenta una orquestación particularmente brillante. Antes de la conclusión, Arutiunian proporciona una cadenza de cualidades heroicas para el trombón solista.

 

El Concierto para trombón y orquesta de Alexander Arutiunian está dedicado al trombonista francés Michel Becquet, quien lo estrenó en la primavera de 1993 en la ciudad suiza de Bulle. Para acompañar al trombón solista de este concierto, Arutiunian propone una orquesta de tres flautas, dos clarinetes, dos oboes, dos fagotes, cuatro cornos, tres trompetas, tres trombones, arpa, percusiones y cuerdas.

 

 

PIOTR ILYICH CHAIKOVSKI  (1840-1893)

 

Sinfonía No. 6 en si menor, Op. 74, Patética

             

Adagio-Allegro non troppo

Allegro con grazia

Allegro molto vivace

Finale: Adagio lamentoso

 

Mucho se ha dicho y escrito sobre la Sinfonía Patética de Chaikovski, y hay quienes dicen que mucho se ha llorado sobre ella. Así, un intento de aproximación a esta obra tan comentada y a veces tan incomprendida, puede iniciarse con una visita al diccionario más cercano: “Patético: conmovedor, que infunde dolor, tristeza o melancolía.”

 

Como en el caso de ciertas visitas al médico, siempre es bueno tener una segunda opinión, de modo que otra consulta, a un diccionario un poco más evolucionado, nos informa: “Patético: sensitivo, capaz de sufrimiento, que produce un efecto sobre las emociones.”

 

No deja de ser curioso el hecho de que hay varios cientos de obras que bien podrían caer bajo cualquiera de estas dos definiciones, pero lo cierto es que tal sobrenombre ha quedado identificado para siempre con la Sexta sinfonía de Chaikovski, obra fundamental del sinfonismo romántico, no sólo por su título sino también por su origen y contenido musical.

 

Del nacimiento de su Sinfonía Patética, el mismo Chaikovski nos dejó un documento invaluable, una carta dirigida a su sobrino Vladimir Davidov, fechada el 23 de febrero de 1893, en la que el compositor se refería a un viaje a París, realizado en diciembre del año anterior. Escribía Chaikovski:

 

Al iniciar mi viaje me vino la idea de una nueva sinfonía. En esta ocasión, con un programa, pero con un programa que será un enigma para todos; que lo adivine el que pueda. La obra se titulará: Sinfonía programática (No. 6). El programa está lleno de sentimientos subjetivos. Durante mi viaje, mientras la componía en la mente, lloré con  frecuencia. Ahora, de vuelta en casa, me he puesto a bosquejar la obra y va tan bien que en cuatro días he terminado el primer movimiento, y el resto de la sinfonía está muy claro en mi cabeza. Habrá muchas cosas nuevas en cuanto a la forma en esta obra. Por ejemplo, el final no será un gran allegro sino un adagio de dimensiones considerables. No te imaginas la alegría que siento ante la convicción de que mi tiempo no se ha terminado y de que aún puedo lograr mucho.

 

El resto de la historia de esta sinfonía es bien conocido, y ha sido contado muchas veces. La Patética fue estrenada el 28 de octubre de 1893 en San Petersburgo bajo la dirección de Chaikovski y tuvo en éxito menor, basado más en el prestigio del compositor que en la reacción del público ante la obra. La fría recepción de la sinfonía quizá tuvo que ver con cierta hostilidad colectiva de los miembros de la orquesta. Apenas una semana después del estreno, el 6 de noviembre, Chaikovski murió del cólera, provocado según se dijo entonces por la imprudencia de beber un vaso de agua sin hervir. Más tarde, sin embargo, se conoció la verdad. El compositor fue obligado a cometer un “suicidio de honor” para evitar el escándalo mayúsculo que pudo haber provocado el conocimiento público de su homosexualidad.

 

Al paso del tiempo, la Patética de Chaikovski habría de convertirse en una de las sinfonías más populares de todo el repertorio, aunque hasta la fecha es desconcertante para quienes la escuchan por primera vez. Si la costumbre de los sinfonistas románticos era la de terminar sus sinfonías con la brillante coda de un movimiento rápido, Chaikovski siguió el instinto descrito en la carta a su sobrino, y terminó la Patética con un plañidero movimiento lento, asunto que hasta la fecha causa grandes confusiones en las salas de conciertos, sobre todo entre quienes creen que el brillante final del tercer movimiento marca la conclusión de la obra. Por otra parte, Chaikovski escribió el segundo movimiento de la Patética en el poco usual compás de 5/4, cosa que le costó a la sinfonía muchas críticas en su tiempo, en especial por parte del áspero crítico vienés Eduard Hanslick. Lo que no deja de ser muy interesante es el hecho de que algunas críticas contra la Patética escritas en el siglo XIX hoy nos parecen, al menos parcialmente, como una simple descripción bastante cercana a las intenciones originales de Chaikovski. Por ejemplo, el señor W.F. Apthorp escribió en un periódico de Boston, en 1898, lo siguiente:

 

La Sinfonía Patética se sumerge en todas las horrendas cloacas y zanjas de la desesperación humana. El segundo movimiento, con su estrábico ritmo, es igualmente innoble que el primero…

 

Hoy, ya es un simple hecho histórico el mencionar que, en efecto, Chaikovski vivió épocas de profunda depresión, que están claramente expresadas en varias de sus obras. Y en particular, lo patético de esta sinfonía se antoja más claro por el simple hecho de haber sido tan inmediata la muerte del compositor. Lo curioso de la diversa apreciación subjetiva de esta música ciertamente conmovedora está en que mientras algunos musicólogos (la mayoría) han detectado en la Patética el llanto por sí mismo, otros (los menos) afirman que Chaikovski lloraba por las injusticias políticas y sociales de la Rusia zarista. Hoy, cada uno elige su posición al escuchar la obra, como debe ser.

 

Por cierto, el sobrenombre de Patética le fue sugerido a Chaikovski por su hermano Modesto, quien antes de dar en el clavo había ofrecido el título de Trágica (como la Cuarta sinfonía de Schubert) que Chaikovski rechazó categóricamente.