PROGRAMA
Obertura a Las criaturas de Prometeo, Op. 43
Ludwig van Beethoven
Obertura de la opereta Orfeo en los infiernos
Jacques Offenbach
INTERMEDIO
Los planetas, Op. 32
Gustav Holst
Marte, el mensajero de la guerra
Venus, el mensajero de la paz
Mercurio, el mensajero alado
Júpiter, el mensajero de la alegría
Saturno, el mensajero de la vejez
Urano, el hechicero
Neptuno, el místico
Director artístico: Eduardo Diazmuñoz
Coro Handel (Universidad de Montemorelos), invitado
*Programación sujeta a cambios
EDUARDO DIAZMUÑOZ
Eduardo Diazmuñoz se ha ganado el reconocimiento internacional como uno de los músicos más versátiles y completos de su generación ya que desde su debut a los 22 años de edad en el Palacio de Bellas Artes, es considerado como un “músico completo” que conjuga el entrenamiento de la “vieja escuela” de dirección orquestal, con amor, pasión, compromiso y proclividad a innovar, aunados a una infatigable curiosidad musical que le ha llevado a estrenar más de 150 obras.
Algunas de sus composiciones han sido estrenadas y grabadas en México, Europa y Estados Unidos. También ha compuesto para cine, teatro y televisión. Ha dirigido a más de 110 orquestas, ha grabado más de 35 discos para 24 sellos, algunos de ellos reeditados, fundamentalmente promoviendo música mexicana. Tiene en su haber asimismo, dos discos de oro y uno de platino por sus ventas discográficas con El Tri Sinfónico.
Ha sido galardonado con el Premio Nacional de la Juventud 1975; los cuatro reconocimientos otorgados por la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música de México, (1978, 1987, 1997 y 2002); nominado al Grammy Latino en tres ocasiones, obtuvo la anhelada presea en su tercera nominación; el Premio al Músico Internacional del Año 2003 por su promoción a la música nueva, otorgado por el International Biographical Centre con sede en Cambridge, Inglaterra, entre otros.
Diazmuñoz celebró en 2015 sus 40 años como director de orquesta actuando al frente de la Filarmónica de Boca del Río. Dirigió la celebración por los 100 años del Conservatorio de Sidney, con quien llevó a cabo un magno concierto justo en la fecha del Centenario, con la impactante obra de su mentor, Leonard Bernstein, Mass (Misa) en la legendaria casa de ópera de Sidney al frente de más de 400 músicos, cantantes y bailarines.
Asimismo, en junio de ese mismo año dirigió al frente de OFUNAM, el estreno mundial de su más reciente composición sinfónica (Los inesperados caminos del espíritu), la cual estrenó localmente al año siguiente con la Orquesta Sinfónica de Xalapa.
Su compromiso con la educación musical ha quedado de manifiesto en varios países; en el Conservatorio Nacional, en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el Programa Nacional de Orquestas y Coros Juveniles y en la Academia Musical Fermatta en México.
En Francia, en la Société Philarmonique de París. En Estados Unidos, en la Escuela de Artes del Nuevo Mundo en Miami y en la Universidad de Illinois en donde destacó por haber fungido como Director Artístico y Musical tanto de Opera at Illinois con tres producciones anuales durante una década, habiendo producido en ese lapso 38 óperas, como también la re-estructuración del Ensamble de Música Nueva, habiéndolo consolidado como el de mayor calidad dentro de la Universidad y de la escena musical contemporánea en el estado.
De agosto del 2013 a noviembre del 2018, fue presidente del área de Dirección, profesor de los programas de maestría y doctorado en Dirección Orquestal, así como director artístico-musical y director titular de la Orquesta Sinfónica del Conservatorium de Sidney, Australia, posiciones que ganó por oposición internacional. Su regreso a México se da a partir de enero de 2019 como director artístico de la OSUANL, en Monterrey.
Diazmuñoz estudió piano, violoncello, percusión y dirección en el Conservatorio Nacional pero antes de ingresar a éste, se dedicó al aprendizaje autodidacta de varios instrumentos.
Cinco años después de haberse graduado, en 1983, decidió dedicar su energía y tiempo para dirigir y componer. Actualmente, está trabajando en el proyecto que dejó inconcluso el afamado compositor mexicano Daniel Catán, con su inesperado y prematuro fallecimiento en 2011.
Por todo lo anterior, el Maestro Diazmuñoz es sinónimo de calidad, de precisión, de certeza, de innovación, de compromiso, de pasión y de audacia, cualidades que refrenda en cada una de sus presentaciones desde hace más de cuatro décadas.
CORO HANDEL
Agrupación vocal con gran tradición, con los estándares más elevados de interpretación, es un grupo representativo de la Universidad de Montemorelos, que tiene el privilegio de haber visitado diferentes estados de la República Mexicana y en el extranjero para compartir y exponer la música que representa a la Universidad de Montemorelos como una casa de estudios y promoción cultural.
Ha tenido como directores a el Maestro Francisco Stout, a la soprano mexicana Laura Ortíz y actualmente al maestro Óscar Castillo.
NOTAS AL PROGRAMA
Por: Juan Arturo Brennan
LUDWIG VAN BEETHOVEN (1770-1827)
Obertura a Las criaturas de Prometeo, Op. 43
Tal y como me la contaron a mí cuando era niño (es decir, hace ya un montón de años), la leyenda de Prometeo va más o menos así, en su versión simplificada…
Había una vez un titán llamado Prometeo, que se dedicaba entre otras cosas a observar con curiosidad a los hombres. Un buen día, a Prometeo se le ocurrió que la humanidad no podría prosperar sin un poco de ayuda externa, así que decidió echarle una mano al hombre primitivo: se robó el fuego del cielo y bajó a la tierra para entregarlo a los hombres. Y en efecto, tal como Prometeo lo había imaginado, el hombre progresó rápidamente gracias al fuego recién recibido. Pero a Prometeo no le fue muy bien en esta aventura. Resulta que en el Olimpo (como en otras cúspides jerárquicas) siempre creyeron que era mejor mantener al hombre en la ignorancia, así que los dioses montaron en cólera contra el titán y le impusieron un castigo singular: lo ataron a una roca del Cáucaso, donde a diario lo visitaba un feo y enorme buitre que le devoraba el hígado. Cada noche, el hígado de Prometeo se regeneraba, y cada día el buitre regresaba a comérselo, de manera que el suplicio se prolongaba indefinidamente. Pobre Prometeo: sufrir semejante cirugía radical sin el beneficio de la anestesia. Y pobre buitre: estar a dieta diaria de hígado sin el beneficio de un poco de cebolla o alguna salsa picante…
Esto es lo que recuerdo del añejo asunto de Prometeo, pero una rápida visita a la enciclopedia más cercana me proporciona otros datos al respecto. Además del horrible tormento al que sometió a Prometeo, el dios Zeus inventó otro regalito para la humanidad: creó a Pandora y la mandó a la tierra, donde ella destapó su famosa caja y de ahí salieron todas las pestes, desgracias y catástrofes habidas y por haber. Y hay más: cuando Prometeo ya había soportado mucho castigo del horrendo pajarraco carroñero que le comía el hígado cada día, Zeus se apiadó de él y mandó a Hércules a matar al bicho. Por supuesto, ahí no termina la historia, pero como estos asuntos mitológicos son tan complicados como algunas telenovelas, lo dejamos ahí para acercarnos un poco al Prometeo de Ludwig van Beethoven.
En el año 1800, el compositor recibió el encargo de realizar la partitura para un ballet que habría de ser coreografiado por el famoso Salvatore Vigano. La coreografía estaba basada en un libreto que no sólo se apartaba radicalmente del mito original de Prometeo, sino que además omitía por completo el carácter heroico y rebelde del titán. Para el estreno del ballet, el programa incluyó este texto descriptivo de la acción:
Los filósofos griegos describen a Prometeo como un alma elevada, que halló ignorantes a los hombres de su tiempo y los redimió a través de las ciencias y las artes, y les dio modales, costumbres y moral. Como resultado de esa concepción, dos estatuas que han cobrado vida son introducidas en este ballet. Tales estatuas, por el poder de la armonía, se hacen receptivas de todas las pasiones humanas. Prometeo las guía al Parnaso para que Apolo, dios de las artes, las ilumine. Apolo les asigna como maestros a Anfión, Orión y Orfeo para el aprendizaje musical; a Melpómene para enseñarles la tragedia; a Pan y Terpsícore para adiestrarlos en la Danza Pastoral; y a Baco para que aprendieran la Danza Heroica de la que fue creador.
Sobre el libreto derivado de este argumento, Beethoven escribió su partitura de ballet, dividida en una obertura y 16 números de danza. Entre estos números hay varios diseñados especialmente para el lucimiento del coreógrafo Vigano y su esposa, quienes bailaron los roles de las estatuas mencionadas. El estreno de Las criaturas de Prometeo se llevó a cabo el 28 de marzo de 1801 en el Teatro Hofburg de Viena, y al parecer estuvo dedicado a la emperatriz María Teresa. El ballet resultó exitoso, al grado de que antes del fin de 1802 ya había sido representado más de 20 veces. Ante el hecho de que la obertura es el único número del ballet que no se baila, es posible afirmar que en ella está lo mejor de la música de Beethoven, ya que para su creación no hubo limitaciones de ningún tipo. Sin embargo, los detalles más interesantes de la partitura de Las criaturas de Prometeo se encuentran después de la obertura. Tenemos, por ejemplo, que para esta obra Beethoven utilizó el arpa y el bassett horn, instrumentos muy poco usuales en su orquestación. Y como detalle mucho más significativo está el hecho de que el último número del ballet es una serie de variaciones sobre un tema de contradanza que, tres años más tarde, haría una importante aparición como uno de los temas principales del último movimiento de la Sinfonía Heroica de Beethoven. Por este hecho, algunos historiadores y musicólogos suponen que en algún momento Beethoven comparó a Napoleón Bonaparte con Prometeo. ¿No es más fácil imaginar que Napoleón sería, en todo caso, más semejante a Pandora?
JACQUES OFFENBACH (1819-1880)
Obertura de la opereta Orfeo en los infiernos
A manera de preludio, informo a mis lectores que esta nota contendrá algunos datos curiosos y graciosos, muy en el estilo de las operetas cómicas de Jacques Offenbach, y que como gran final, les ofreceré una sorpresa enorme.
Para empezar, resulta que Jacques Offenbach, universalmente conocido como compositor francés, fue alemán de nacimiento, habiendo sido bautizado como Jakob Eberst. Su apellido apócrifo es en realidad el nombre de la ciudad (Offenbach am Main) en la que había nacido su padre, Isaac Juda Eberst, cantor de la sinagoga de su pueblo natal. En busca de un ambiente más tolerante hacia los judíos, el padre de Offenbach lo llevó a París a temprana edad. En la capital francesa estudió el violoncello, se convirtió al catolicismo, se casó con una dama de ascendencia española, tocó el violoncello en la orquesta de la Ópera Cómica, fue director del Teatro Francés, abrió luego su propio teatro, compuso cerca de 90 operetas y se hizo famoso. A lo largo de los años, Offenbach visitó Alemania, Austria, los Estados Unidos e Inglaterra, pero se mantuvo siempre cerca de París, ciudad a la que dedicó su vida entera y en la que murió el 5 de octubre de 1880.
Sin entrar en demasiadas complicaciones, puede decirse que la opereta (mejor conocida como opéra-bouffe en francés) es una ópera más corta que lo normal, cómica en general, y que en ocasiones llega al nivel de la farsa. Los conocedores coinciden en que Offenbach ha sido el más importante compositor de operetas en la historia; sus melodías, brillantemente orquestadas, fueron la locura en París durante muchos años. En la actualidad son pocas las operetas de Offenbach que se ponen en escena con frecuencia. Hay quienes dicen que ello se debe a la escasa calidad musical de sus obras, mientras que otros afirman, quizá con más razón, que los temas de sus operetas eran en realidad simples excusas para criticar las manías y las costumbres de la alta sociedad de su tiempo, y que por ello han perdido su interés tópico.
En el año de 1858, Offenbach compuso la que hasta hoy es considerada como su obra maestra, Orfeo en los infiernos. No está de más mencionar que al abordar el mito de Orfeo y Eurídice, Offenbach estaba rindiendo homenaje, de una u otra manera, a la obra considerada como la gran precursora de la historia de la ópera, el Orfeo (1607) de Claudio Monteverdi (1567-1643). Más aún: al interior de la vena cómica de su opereta, utiliza una melodía que es una cita directa de la música de la ópera Orfeo y Eurídice (1762) de Christoph Willibald Gluck (1714-1787). En la superficie, Orfeo en los infiernos no es más que una versión cómica de la leyenda de Orfeo. Según la mitología antigua, Orfeo fue un legendario héroe griego de la generación de los Argonautas, especialmente dotado para el canto y la música. Fue precisamente esta habilidad la que le permitió ayudar con sus hechizos musicales a los Argonautas en su expedición a la lejana Cólquide en busca del mágico vellocino de oro. De entre los muchos detalles del mito de Orfeo, el que ha sobrevivido con mayor fuerza es, claro, el que lo acerca a la esfera del romanticismo: el viaje de Orfeo a los infiernos para lograr el regreso de su amada Eurídice al mundo de los vivos. Esta parte del mito de Orfeo es narrada por Platón y por Eurípides, aunque ninguno de los dos menciona el nombre de la esposa de Orfeo. Según la leyenda original (hasta donde puede ser original una leyenda) la música de Orfeo conmovió tanto a los dioses del inframundo que accedieron a devolverle a su amada. Sin embargo, las veleidosas deidades infernales pusieron dos condiciones: que Orfeo precediera a Eurídice en su ascenso al mundo de los vivos, y que no volviera la vista atrás para verla. Orfeo, humano y temerario al fin, no pudo contenerse y se volvió para ver el rostro de Eurídice. Así, la perdió de nuevo, y esta vez para siempre. Más tarde, según la narración de Esquilo, Orfeo fue muerto por las mujeres de Tracia, impulsadas por Baco, quien les ordenó despedazar al héroe en medio de una orgía, como castigo a su preferencia por Apolo, el dios rival de Baco. Esa misma versión de la leyenda dice que la cabeza de Orfeo, todavía cantando con el acompañamiento de su lira, flotó hasta la isla de Lesbos, donde fue establecido un oráculo en su nombre.
Estos son algunos datos importantes sobre la leyenda que Offenbach utilizó, muy distorsionada, para su exitosa ópera cómica, cuyo libreto fue escrito por Héctor-Jonathan Crémieux y Ludovic Halévy. En realidad, la intención del compositor fue la de satirizar agudamente a Napoleón III y a su pervertida corte, poniendo en evidencia las infidelidades cortesanas y familiares y, finalmente, las infidelidades del propio Napoleón II con el pueblo francés. Las primeras representaciones de Orfeo en los infiernos le acarrearon severas críticas a manos de quienes calificaban la obra como una blasfemia y una profanación. A su vez, Offenbach defendió públicamente su opereta, y la polémica bastó para que el teatro se llenara a reventar, noche tras noche, durante toda la temporada. Después de todo, ¿cómo no iba a parecer blasfemia el hecho de que los severos dioses del infierno bailaran alegremente el Can-Can? Los reaccionarios no aceptaron este estado de cosas, y muchos de ellos estuvieron en desacuerdo con Gioachino Rossini (1792-1868), quien llamó a Offenbach “nuestro pequeño Mozart de los Campos Elíseos”.
Por último, es posible recordar que sus múltiples actividades y su prolífico trabajo como compositor impidieron en ocasiones a Offenbach componer de su propia mano toda la música para sus producciones escénicas, lo cual conduce directamente a la sorpresa prometida: la famosa obertura de Orfeo en los infiernos que se interpreta en el programa de hoy no fue escrita por Offenbach, sino por un colega suyo de nombre Carl Binder. Eso dicen por ahí.
GUSTAV HOLST (1874-1934)
Los planetas, Op. 32
Marte, el mensajero de la guerra
Venus, el mensajero de la paz
Mercurio, el mensajero alado
Júpiter, el mensajero de la alegría
Saturno, el mensajero de la vejez
Urano, el hechicero
Neptuno, el místico
Si fuera necesario hacer una lista de los compositores con tendencias místicas, seguramente entre los primeros lugares estarían músicos como el ruso Alexander Scriabin (1872-1915) y el estadunidense Alan Hovhaness (1911-2000), y muy cerca de ellos, el inglés Gustav Holst. La genealogía y la historia de sus primeros años no parecen justificar el hecho de que Holst haya desarrollado un interés tan especial en ciertas cuestiones esotéricas. Originalmente, la educación musical de Holst parecía tenerle reservado un buen futuro como pianista, pero una lesión en una mano lo obligó a dedicarse al órgano y, con mayor vocación aun, al trombón. Después de terminar sus estudios de trombón con el profesor Case, el joven Holst se unió a la orquesta de la Compañía de Ópera Carl Rosa como primer trombón. Durante su estancia en esta orquesta Holst comenzó a interesarse por la mitología y la filosofía del oriente, al grado de que se puso a aprender el sánscrito para poder estudiar la literatura oriental en versiones originales. De estos primeros contactos de Holst con el misticismo surgió lo que a la larga sería una de las dos vertientes principales de su música. En la otra vertiente hallamos una serie de obras suyas relacionadas directamente con el espíritu inglés, ya sea en forma de canciones basadas en poemas ingleses, o sus suites para banda, o su música para piano basada en temas populares. Por otra parte, encontramos que Holst transformó en música su interés por las cuestiones místicas a través de diversas formas musicales. Así, compuso la ópera Sita basada en un episodio del Ramayana, el libro sagrado hindú. Más tarde, Holst escribió varias piezas vocales y corales sobre textos del Rig-Veda, y para completar el ciclo de los libros sacros de la India, compuso la ópera Savitri, basada en un episodio del Mahabarata. Hacia 1901 Holst se interesó por una peculiar fiesta religiosa de Argelia, y sobre ella escribió la suite orquestal Beni Mora. Así pues, no es extraño que Holst haya decidido abordar en su música un tema místico que es común a toda la humanidad: la astrología, bajo cuya inspiración compuso la más popular de sus obras, y sin duda una de las suites orquestales más interesantes del siglo XX: Los planetas.
El nacimiento de esta pieza tiene una interesante historia, que bien vale la pena de ser narrada otra vez. El gran director de orquesta inglés Adrian Boult escuchó primero la versión para dos pianos de Los planetas, tocada por dos señoritas que eran asistentes de Holst en la Escuela de San Pablo, donde el compositor era maestro. Poco después, en el otoño de 1918 y en plena Primera Guerra Mundial, Holst se puso en contacto con Boult para hacerle una proposición. El compositor debía partir hacia Salónica, en donde participaría en los proyectos de educación del ejército británico. Sucedió entonces que Balfour Gardiner, un compositor menor cuyo mérito principal fue el de promover continuamente la música de sus colegas, ofreció a Holst un interesante regalo de despedida: una orquesta sinfónica y un auditorio a su disposición durante toda la mañana de un domingo. Fue entonces que, para aprovechar al máximo el regalo, Holst se aproximó a Boult y le propuso que dirigiera la versión orquestal de Los planetas. Así, en la mañana del 29 de septiembre de 1918, con la Orquesta del Queen’s Hall dirigida por Adrian Boult (quien aún no había sido armado caballero por la reina), se escucharon por primera vez Los planetas de Holst, para gran emoción del compositor y el deleite de muchos de los asistentes. Entre ellos se hallaban algunos miembros de la Sociedad Filarmónica Real, quienes invitaron a Boult a repetir la ejecución de Los planetas en uno de sus conciertos.
Quienes conocen a fondo esta suite y al mismo tiempo saben algo de astrología nos dicen que el significado de cada uno de los siete movimientos de Los planetas debe ser descifrado a partir del perfil astrológico de cada planeta y no a partir de cuestiones mitológicas que tengan que ver con los dioses griegos. Los planetas, un verdadero alarde de maestría en el manejo del color orquestal, tiene muchos momentos felices y asombrosamente poderosos y evocativos, entre los cuales tres merecen especial atención.
El primero es el brutal impulso guerrero de Marte, logrado por Holst a base de un incesante pulso en compás de 5/4. El segundo es la compacta y categórica brillantez de Júpiter, llena de fuerza y de contagiosa energía. El tercero es la conclusión de la obra, en la que el misticismo de Neptuno se presenta bajo el aura de un movimiento que, paradójicamente, carece casi por completo de movimiento y que, hacia sus últimas páginas, introduce sutilmente un coro de voces femeninas que cantan fuera de la escena, vocalizando misteriosas y elusivas armonías sin texto, en un final que parece no terminar nunca.
Entre las muchas preguntas, no necesariamente místicas, que podrían surgir después de escuchar Los planetas de Holst, una es particularmente apropiada: ¿por qué no aparecen en esta suite ni la Tierra ni Plutón? En el caso de la Tierra, sólo podemos especular que Holst no se sintió capaz de crear una representación sonora de este complejo y atribulado planeta que le sirvió de hogar. Otra posible explicación: desde la antigüedad, los alquimistas solo consideran a estos siete planetas como pertenecientes al sistema energético que rige el destino de la humanidad. El caso de Plutón es más sencillo: este planeta fue descubierto por Clyde Tombaugh doce años después de que Holst se marchó a Salónica para cumplir sus deberes de guerra luego de escuchar sus Planetas dirigidos por Adrian Boult.
ADDENDA 1: En agosto de 2006, durante una reunión en la ciudad de Praga, la Unión Astronómica Internacional decidió quitar a Plutón de la lista oficial de planetas de nuestro Sistema Solar, degradándolo a la ínfima calidad de “planeta enano”. Dicho de otra manera, la suite Los planetas de Gustav Holst es más completa a partir de esa fecha. Tales son las veleidades de la ciencia moderna. Y desde entonces, el asunto se ha complicado bastante, pero eso es materia de las publicaciones especializadas en astronomía.
ADDENDA 2: En el año 2006, la Orquesta Filarmónica de Berlín, dirigida por Sir Simon Rattle, realizó una nueva grabación de Los planetas de Gustav Holst. El álbum doble que contiene esta nueva versión también incluye obras encargadas ex profeso para la ocasión, en una especie de intento por “completar” la obra del compositor inglés, obras que se refieren a diversos asuntos planetarios y espaciales. Estas obras son: Plutón, el renovador, de Colin Matthews; Ceres, de Mark-Anthony Turnage; La caída de Komarov, de Brett Dean; Asteroide 4179: Toutatis de Kaija Saariaho; Hacia Osiris, de Matthias Pintscher.