Programa III – No hay quinta mala

Programa

 

Orquesta Sinfónica de la UANL

Jueves 21 de noviembre | Teatro Universitario | 20:00h

 

 

Obertura Festival académico, Op. 80

Johannes Brahms

 

Concierto para violoncello y orquesta en la menor Op. 129

Robert Schumann

 

No muy rápido

Lento

Muy vivaz

 

Sinfonía No. 5 en mi menor, Op. 64

Piotr Ilyich Chaikovski

 

Andante – Allegro con anima

Andante cantabile con alcuna licenza

Valse: Allegro moderato

Finale: Andante maestoso – Allegro vivace

 

 

Ignacio Mariscal | Violoncello

 

Eduardo Diazmuñoz | Director artístico

 

 

 

EDUARDO DIAZMUÑOZ,

DIRECTOR GENERAL Y ARTÍSTICO

 

Es reconocido como uno de los músicos más versátiles y completos de su generación, además de ser considerado como un “músico completo” que conjuga el entrenamiento de la “vieja escuela” de dirección orquestal, con amor, pasión, compromiso y proclividad a innovar, aunados a una infatigable curiosidad musical que le ha llevado a estrenar más de 150 obras.

 

Algunas de sus composiciones han sido estrenadas y grabadas en México, Europa y Estados Unidos. También ha compuesto para cine, teatro y televisión. Ha dirigido a más de 110 orquestas, ha grabado más de 35 discos para 24 sellos, fundamentalmente promoviendo música mexicana. Tiene en su haber asimismo, dos discos de oro y uno de platino por sus ventas discográficas con El Tri Sinfónico.

 

En México son de buen recuerdo sus residencias con la Filarmónica de la Ciudad de México (de la que es miembro fundador), la OFUNAM, la OSEM, la Sinfónica Carlos Chávez, la Orquesta de Baja California, L’Academie Tecquepegneuse, que co-fundó en 1978 y la Filarmónica Metropolitana que fundó en 1998, éstas dos para proyectos especiales.

 

Ha sido galardonado con el Premio Nacional de la Juventud 1975; los cuatro reconocimientos otorgados por la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música de México, (1978, 1987, 1997 y 2002); nominado al Grammy Latino en tres ocasiones, obtuvo la anhelada presea en su tercera nominación; el Premio al Músico Internacional del Año 2003 por su promoción a la música nueva, otorgado por el International Biographical Centre con sede en Cambridge, Inglaterra; recibió la Medalla Mozart 2019 de la Fundación Sebastian y la Embajada de Austria en México.

 

En 2015 celebró 40 años como director de orquesta actuando al frente de la Filarmónica de Boca del Río. Dirigió la celebración por los 100 años del Conservatorio de Sidney, con la impactante obra de su mentor, Leonard Bernstein, Mass (Misa) en la legendaria casa de ópera de Sidney al frente de más de 400 músicos, cantantes y bailarines. Asimismo, en junio de ese mismo año dirigió al frente de OFUNAM, el estreno mundial de su más reciente composición sinfónica (Los inesperados caminos del espíritu), la cual estrenó localmente al año siguiente con la Orquesta Sinfónica de Xalapa.

 

Su compromiso con la educación musical ha quedado de manifiesto en varios países: en el Conservatorio Nacional, en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el Programa Nacional de Orquestas y Coros Juveniles y en la Academia Musical Fermatta en México.

 

En Francia, en la Société Philarmonique de París. En Estados Unidos, en la Escuela de Artes del Nuevo Mundo en Miami y en la Universidad de Illinois, en donde destacó como Director Artístico y Musical tanto de Opera at Illinois con tres producciones anuales durante una década, habiendo producido en ese lapso 38 óperas, como también la re-estructuración del Ensamble de Música Nueva, logrando consolidarlo como el de mayor calidad dentro de la Universidad y de la escena musical contemporánea en el estado.

De agosto del 2013 a noviembre del 2018, fue presidente del área de Dirección, profesor de los programas de maestría y doctorado en Dirección Orquestal, así como director artístico-musical y director titular de la Orquesta Sinfónica del Conservatorium de Sidney, Australia, posiciones que ganó por oposición internacional. Su regreso a México se da a partir de enero de 2019 como director artístico de la OSUANL, en Monterrey.

 

Estudió piano, violoncello, percusión y dirección en el Conservatorio Nacional pero antes de ingresar a éste, se dedicó al aprendizaje autodidacta de varios instrumentos. Cinco años después de haberse graduado, en 1983, decidió dedicar su energía y tiempo para dirigir y componer. Actualmente, trabaja en el proyecto que dejó inconcluso el compositor mexicano Daniel Catán, con su inesperado y prematuro fallecimiento en 2011.

 

Por todo lo anterior, el maestro Diazmuñoz es sinónimo de calidad, de precisión, de certeza, de innovación, de compromiso, de pasión y de audacia, cualidades que refrenda en cada una de sus presentaciones desde hace más de cuatro décadas.

 

 

IGNACIO MARISCAL

 

Nació en Monterrey, Nuevo León, México

Miembro de Concertistas de Bellas Artes desde 1982. Es profesor de Violonchelo de la Facultad de Música de la UNAM.

 

Se graduó de Licenciado en Violonchelo por el Conservatorio Nacional de Música. Becado por el “Club de Sembradores de la Cultura” del grupo ALFA. Realizó una especialización en Violonchelo en los Conservatorios Sweelinkde Amsterdam y Utrecht, Holanda.

 

Fu nombrado Valor Juvenil Nacional 1975. Con el Trío México obtuvo el Diploma de Honor por la Organización de los Estados Americanos (OEA) y fue designado como Embajador Cultural de las Américas por el Secretario General de la OEA. Recibió el Honor al Mérito por el Congreso de los Estados Unidos en 1989 y la Medalla al Mérito Universitario 2014.

 

Fue nominado para el Premio Universidad Nacional en el área de Difusión de la Cultura 2014. Actualmente es Profesor de Violonchelo de Tiempo Completo de la Facultad de Música de la UNAM. Ha formado y graduado a violonchelistas que conforman parte de orquestas del país, de agrupaciones de Música de Cámara y a maestros que laboran en la propia Facultad de Música, Escuelas de Iniciación del Bellas Artes y Conservatorios de México. Ha dado más de mil conciertos en México y el mundo.

 

 

NOTAS AL PROGRAMA

Por: Juan Arturo Brennan

 

JOHANNES BRAHMS (1833-1897)

 

Obertura Festival académico, Op. 80

 

Es evidente que a lo largo de la historia de la música los compositores han hallado muchísimas ocasiones para celebrar, festejar, conmemorar y agasajar a través de sus composiciones. Dicho de otro modo, a través del tiempo la música y la fiesta han ido siempre de la mano, cosa por lo demás muy natural. Entre las numerosas composiciones musicales creadas alrededor de la idea de tal o cual festividad hay algunas muy interesantes, y el recordarlas nos demuestra cuán variadas han sido las festividades y las ocasiones elegidas por los compositores para celebrarlas en sus obras. Entre muchas otras piezas relativas al festejo tenemos El festín de Alejandro de Georg Friedrich Händel (1685-1759); Fiestas romanas de Ottorino Respighi (1879-1936); Preludio festivo de Richard Strauss (1864-1949); El festín de la araña de Albert Roussel (1869-1937); Obertura festiva de Rodolfo Halffter (1900-1987); Il festino de Adriano Banchieri (1568-1634); y dos obras tituladas El festín de Baltasar, una de Jean Sibelius (1865-1957) y otra de William Walton (1902-1983).

 

El mismo Johannes Brahms, compositor serio y solemne como pocos, añadió su propia contribución a la lista de las obras de celebración, con su obertura Festival académico, una de sus piezas orquestales más brillantes y extrovertidas. ¿De dónde obtuvo Brahms la inspiración para crear esta obra? Para saberlo es preciso hacer un poco de historia…

 

En la parte suroeste de Polonia está situada la ciudad de Wroclaw, que en alemán es conocida como Breslau, a orillas del río Oder. La ciudad fue fundada allá por el siglo X y en su trazo urbano destacan varias iglesias góticas de gran belleza. Entre 1728 y 1736 fue construida la Universidad de Breslau, que por entonces era un colegio jesuita. La universidad es un espléndido edificio barroco desde el que se tiene una magnífica vista del río. Resulta que Breslau fue escenario de duras batallas durante la Segunda Guerra Mundial, y en 1945 el edificio resultó dañado, por lo que fue necesario restaurarlo. Entre las numerosas riquezas arquitectónicas de la Universidad de Breslau destaca su salón de actos, el Aula Leopoldina,  ricamente adornada con pinturas murales.

 

Pues bien, resulta que en el año de 1879 la Universidad de Breslau le otorgó a Brahms un doctorado honorífico y el compositor respondió a tal honor con una breve carta de agradecimiento. Sin embargo, un tal Bernhard Scholz, que dirigía conciertos en Breslau, convenció a Brahms de que su agradecimiento debía ser demostrado en forma musical. Fue así que nació la idea de la obertura Festival académico. Para construir esta obra simultáneamente brillante y solemne Brahms utilizó cuatro canciones alemanas de estudiantes y las combinó con temas suyos. La primera de estas canciones se titula Hemos construido una majestuosa casa. El título alemán de la segunda es Fuchslied (‘Canción del zorro’) o Fuchsenritt (‘Cabalgata del zorro’) que es una canción de iniciación para los alumnos de primer ingreso. La tercera se titula Al padre de la patria y la última es un himno en latín, Gaudeamus igitur, que es tradicional en el ambiente universitario europeo. La letra de este himno invita a los jóvenes a disfrutar de su juventud y les advierte que cuando llegue la vejez habrán de convertirse en polvo. En una ocasión, el mismo Brahms describió la obertura con estas palabras:

 

Es un divertido popurrí de canciones de estudiantes, al estilo de Suppé.

 

Con esto, Brahms se refería al estilo ligero de Franz von Suppé (1819-1895), conocido compositor de operetas. Al parecer, Brahms no quedó muy contento con el hecho de haber tenido que escribir esta obertura para agradecer a la Universidad de Breslau el doctorado honorífico. De hecho, en el mismo año en que compuso la obra, 1880, Brahms escribió una carta a su amigo Theodor Billroth en la que se notaba cierto disgusto:

 

La Académica me ha arrastrado a una obertura más; el único título que se me ocurre es Dramática, el cual tampoco me agrada. En los días pasados lo único que me disgustaba era mi música; ahora me disgustan también los títulos. ¿Será pura vanidad?

 

La Académica a la que Brahms se refería coloquialmente es la obertura Festival académico, y la Dramática es la que hoy conocemos como su Obertura trágica.

 

El 4 de enero de 1881 se llevó a cabo el estreno de la obertura Festival académico en Breslau, bajo la dirección del propio Brahms y con la asistencia del rector de la universidad, el senado universitario y los miembros de la facultad de filosofía.

 

ROBERT SCHUMANN  (1810-1856)

 

Concierto para violoncello y orquesta en la menor Op. 129

No muy rápido

Lento

Muy vivaz

 

Hablar del repertorio concertante básico de un buen pianista implica mencionar un par de docenas de obras de importancia; lo mismo ocurre en el caso de un buen violinista, cuyo repertorio debe incluir numerosas obras consideradas indispensables. El caso de los violoncellistas es, por razones históricas y musicológicas ya exploradas muchas veces, menos complejo. Así, el bagaje musical de un buen violoncellista debe incluir, en el área de los conciertos con orquesta, a Luigi Boccherini (1743-1805), a Joseph Haydn (1732-1809), a Camille Saint-Saëns (1835-1921), a Antonin Dvorák (1841-1904), a Edward Elgar (1857-1934), a Dmitri Shostakovich (1906-1975), con ocasionales desviaciones hacia Antonio Vivaldi (1678-1741), Ernest Bloch (1880-1959),  Max Bruch (1838-1920) y Edouard Lalo (1823-1892), sin olvidar alguna eventual participación en el Doble concierto de Johannes Brahms (1833-1897) y en el Triple concierto de Ludwig van Beethoven (1770-1827). Y por supuesto, en la parte principal de esta breve lista, no olvidar incluir el Concierto Op. 129 de Robert Schumann, que también es pieza indispensable del repertorio.

 

De entrada, es preciso mencionar que, a diferencia de muchos otros compositores de su tiempo cuyo interés principal era escribir conciertos virtuosos por el solo placer morboso del virtuosismo, Schumann tenía otras ideas al respecto:

 

No puedo escribir un concierto para los virtuosos. Debo lograr algo diferente.

 

Este sencillo y admirable principio, esbozado al inicio de su carrera musical, guió a Schumann con mano segura a través de sus conciertos para violín, violoncello y piano. Como en el caso de tantas otras obras de Schumann, su Concierto para violoncello fue inspirado y definido por sus circunstancias personales del momento. Hacia septiembre de 1850 Schumann y su esposa Clara acababan de dejar la ciudad de Dresde para establecerse en Düsseldorf, y al parecer el cambio les había sentado de maravilla y estaban encantados con el nuevo paisaje que les rodeaba. De ese feliz período de la vida de Schumann (de los cuales no tuvo muchos, por cierto) nacieron su Sinfonía No. 3, Renana y el Concierto para violoncello y orquesta. Otra prueba de la paz de espíritu con la que Schumann contaba en ese tiempo es la rapidez con la que escribió el concierto: lo inició el 10 de octubre de 1850 y lo terminó el día 24 de ese mismo mes. Algunas de las referencias más interesantes sobre esta obra están, como es de suponerse, en el diario de Clara Schumann. En la entrada correspondiente al 16 de noviembre de 1850 hallamos la siguiente observación:

 

El mes pasado Robert compuso un concierto para violoncello que me agradó mucho. Me parece que está escrito en el verdadero estilo del violoncello.

 

Casi un año después la fiel Clara se referiría de nuevo a esta obra de su esposo:

 

He tocado de nuevo el Concierto para violoncello de Robert, con lo que me he procurado una hora de auténtico y feliz placer musical. Las cualidades románticas, la inspiración, la frescura y el humor, así como el muy interesante tejido entre el violoncello y la orquesta, son sumamente atractivos. ¡Y qué eufonía y qué sentimiento tan profundo hay en todos los pasajes melódicos!

 

En este punto es necesario mencionar que este breve texto no debe hacernos pensar que Clara en realidad tocó el Concierto para violoncello, ya que ella no conocía el instrumento; lo que hizo fue tocar al piano, que sí conocía muy bien, la reducción hecha por Schumann de la partitura del concierto. Esta referencia al Concierto para violoncello en el diario de Clara data del 11 de octubre de 1851, y a pesar de la evidente satisfacción de la señora Schumann con el concierto de su marido, el compositor todavía abrigaba algunas dudas respecto a la obra. Así, Schumann todavía estaba haciendo correcciones a la partitura en el año de 1854, cuando el concierto estaba a punto de ser publicado. Pocos días después de hacer estas correcciones a su Concierto para violoncello, Schumann fue recluido en un hospital para enfermos mentales, después de haber intentado suicidarse por inmersión en un río.

 

El Concierto para violoncello de Robert Schumann no fue estrenado sino hasta cuatro años después de la muerte del compositor, en Leipzig, el 9 de junio de 1860, con Ludwig Ebert como solista y la Orquesta de la Gewandhaus dirigida por Julius Rietz. El melómano curioso que investigue la historia de esta obra halará referencias a otras fechas y otra ciudad (Oldenburg) para su estreno.

 

PIOTR ILYICH CHAIKOVSKI (1840-1893)

 

Sinfonía No. 5 en mi menor, Op. 64

Andante – Allegro con anima

Andante cantabile con alcuna licenza

Valse: Allegro moderato

Finale: Andante maestoso – Allegro vivace

 

No deja de ser curioso el hecho de que a medida que pasa el tiempo las obras musicales más duramente criticadas con motivo de su estreno resultan ser las más gustadas por el público y, a la larga, incluso por la crítica. Desde que la crítica musical comenzó a ser ejercida en forma sistemática allá por los tiempos de Ludwig van Beethoven (1770-1827), uno de los compositores más atacados por los críticos ha sido Piotr Ilyich Chaikovski. Esto no deja de ser muy significativo si consideramos que en la actualidad la música de Chaikovski es casi universalmente apreciada dondequiera que se hace música de concierto. Hoy, la Quinta sinfonía de Chaikovski es considerada como una de sus obras maestras, superior incluso a la a veces incomprendida Patética, y sin embargo, en su tiempo, la obra fue duramente castigada por los críticos, como casi toda la producción de Chaikovski.

 

En el verano de 1888, después de casi diez años de no producir ninguna obra sinfónica importante, Chaikovski se decidió de nuevo a abordar la empresa de componer una sinfonía. En una carta dirigida a su benefactora Nadezhda von Meck el compositor afirmaba que el impulso de componer su Quinta sinfonía nacía, ante todo, de la necesidad de probarse a sí mismo que aún no estaba agotado y acabado como compositor. Como en el caso de muchas otras de sus obras, Chaikovski acometió la composición de esta sinfonía lleno de dudas y cuestionamientos. A pesar de ello, trabajó rápidamente en la nueva sinfonía y la terminó en el breve lapso de tres meses; el compositor dedicó la partitura al músico y profesor alemán Theodor Avé-Lallemant.

 

La Quinta sinfonía fue estrenada en el Teatro Mariinsky de San Petersburgo el 17 de noviembre de 1888, bajo la batuta de Chaikovski; poco después, fue repetida en la misma ciudad y luego fue estrenada en Praga. Desde entonces los críticos volcaron su ira en contra de la obra. ¿Y quién fue el primer crítico feroz de esta sinfonía que hoy es tan popular? Nada menos que Piotr Ilyich Chaikovski. Después de la ejecución de la obra en Praga, el compositor escribió a la señora Von Meck:

 

 

He llegado a la conclusión de que mi Quinta sinfonía es un fracaso. Hay algo repelente, superfluo, irregular y poco sincero, y el público lo reconoce instintivamente. Fue obvio para mí que las ovaciones que recibí fueron debidas más a mis anteriores obras, y que la sinfonía no agradó realmente al público.

 

El paso del tiempo probó que esta vez Chaikovski se equivocaba respecto a su propia obra. Muchos analistas han comparado esta Quinta sinfonía con la más famosa de las quintas, la Quinta sinfonía de Ludwig van Beethoven (1770-1827), por el hecho de que en ambas es perceptible el mismo concepto estético y humano de la victoria a través de la lucha. Así como la Quinta sinfonía de Beethoven nace y crece, se reproduce y permanece, a partir de su fogoso tema inicial, la Quinta sinfonía de Chaikovski está caracterizada por el tema con que comienza el primer movimiento, expresado por los clarinetes en forma solemne y reflexiva. Este tema vuelve al primer plano una y otra vez a lo largo de la sinfonía, como una idea fija a través de la cual el compositor trató, quizá, de reafirmar sólidamente su presencia en el mundo de la música. Este tema inicial cobra particular importancia estructural y expresiva en el último movimiento de la sinfonía. Como en otras obras suyas, Chaikovski pareció dar gran importancia al elemento fatal en esta obra. En uno de sus comentarios sobre la sinfonía, el compositor dijo que su Quinta sinfonía representaba “la total sumisión ante el destino, o lo que es lo mismo, ante los insondables decretos de la Providencia.”

 

Respecto a las críticas dedicadas a la obra, hay que señalar como dato interesante que durante las últimas décadas del siglo XIX y las primeras del XX, una gran parte de los textos escritos sobre las obras de los compositores rusos incluían comentarios de tipo claramente étnico, cuando no francamente racista; es evidente que la Europa Occidental y los Estados Unidos no estaban preparados en ese entonces para aceptar el temperamento eslavo claramente expresado en la música. En 1889 apareció en el periódico Musical Courier de Nueva York una crítica sobre la Quinta sinfonía de Chaikovski, en estos términos:

 

La Quinta sinfonía de Chaikovski fue una desilusión. Busqué en ella, inútilmente, la coherencia y la homogeneidad. El segundo movimiento mostró lo mejor de este excéntrico ruso, pero el Valse fue una farsa, un trozo de papilla musical, un lugar común, mientras que en el último movimiento el compositor fue traicionado por su sangre de origen kalmuko: una masacre, terrible y sangrienta, se apropió de la tormentosa partitura.

 

Este tipo de referencias al origen eslavo de Chaikovski son, en perspectiva histórica, sumamente interesantes, si recordamos que, para horror de sus colegas, él fue el compositor ruso de su generación más orientado hacia la música occidental. Es decir que, a pesar de los insultos racistas de los críticos, es claro que la sangre rusa de Chaikovski estuvo siempre diluida con un poco de sangre francesa heredada de su madre, cuyo apellido de soltera era Assier. Para la trivia etnográfica, queda el dato de que los kalmukos son miembros de un  pueblo de origen mongol que quedó concentrado básicamente en la ex – república soviética de Kalmykia.