PROGRAMA
On the town. Tres episodios sinfónicos
Leonard Bernstein
Obertura Jesucristo Superestrella
Andrew Lloyd-Webber
Obertura Cats
Andrew Lloyd-Webber
Rapsodia en azul
George Gershwin
INTERMEDIO
Obertura El fantasma de la ópera
Andrew Lloyd-Webber
Danzas sinfónicas de West Side Story
Leonard Bernstein
Selecciones de Mi bella dama
Frederick Loewe
Director artístico: Eduardo Diazmuñoz
Solista invitada: Astrid Morales (piano)
*Programación sujeta a cambios
EDUARDO DIAZMUÑOZ
Eduardo Diazmuñoz se ha ganado el reconocimiento internacional como uno de los músicos más versátiles y completos de su generación ya que desde su debut a los 22 años de edad en el Palacio de Bellas Artes, es considerado como un “músico completo” que conjuga el entrenamiento de la “vieja escuela” de dirección orquestal, con amor, pasión, compromiso y proclividad a innovar, aunados a una infatigable curiosidad musical que le ha llevado a estrenar más de 150 obras.
Algunas de sus composiciones han sido estrenadas y grabadas en México, Europa y Estados Unidos. También ha compuesto para cine, teatro y televisión. Ha dirigido a más de 110 orquestas, ha grabado más de 35 discos para 24 sellos, algunos de ellos reeditados, fundamentalmente promoviendo música mexicana. Tiene en su haber asimismo, dos discos de oro y uno de platino por sus ventas discográficas con El Tri Sinfónico.
En México son de buen recuerdo sus residencias con la Filarmónica de la Ciudad de México (de la que es miembro fundador), la OFUNAM, la OSEM, la Sinfónica Carlos Chávez, la Orquesta de Baja California, L’Academie Tecquepegneuse, que co-fundó en 1978 y la Filarmónica Metropolitana que fundó en 1998, éstas dos para proyectos especiales.
Ha sido galardonado con el Premio Nacional de la Juventud 1975; los cuatro reconocimientos otorgados por la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música de México, (1978, 1987, 1997 y 2002); nominado al Grammy Latino en tres ocasiones, obtuvo la anhelada presea en su tercera nominación; el Premio al Músico Internacional del Año 2003 por su promoción a la música nueva, otorgado por el International Biographical Centre con sede en Cambridge, Inglaterra, entre otros.
Diazmuñoz celebró en 2015 sus 40 años como director de orquesta actuando al frente de la Filarmónica de Boca del Río. Dirigió la celebración por los 100 años del Conservatorio de Sidney, con quien llevó a cabo un magno concierto justo en la fecha del Centenario, con la impactante obra de su mentor, Leonard Bernstein, Mass (Misa) en la legendaria casa de ópera de Sidney al frente de más de 400 músicos, cantantes y bailarines.
Asimismo, en junio de ese mismo año dirigió al frente de OFUNAM, el estreno mundial de su más reciente composición sinfónica (Los inesperados caminos del espíritu), la cual estrenó localmente al año siguiente con la Orquesta Sinfónica de Xalapa.
Su compromiso con la educación musical ha quedado de manifiesto en varios países; en el Conservatorio Nacional, en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el Programa Nacional de Orquestas y Coros Juveniles y en la Academia Musical Fermatta en México.
En Francia, en la Société Philarmonique de París. En Estados Unidos, en la Escuela de Artes del Nuevo Mundo en Miami y en la Universidad de Illinois en donde destacó por haber fungido como Director Artístico y Musical tanto de Opera at Illinois con tres producciones anuales durante una década, habiendo producido en ese lapso 38 óperas, como también la re-estructuración del Ensamble de Música Nueva, habiéndolo consolidado como el de mayor calidad dentro de la Universidad y de la escena musical contemporánea en el estado.
De agosto del 2013 a noviembre del 2018, fue presidente del área de Dirección, profesor de los programas de maestría y doctorado en Dirección Orquestal, así como director artístico-musical y director titular de la Orquesta Sinfónica del Conservatorium de Sidney, Australia, posiciones que ganó por oposición internacional. Su regreso a México se da a partir de enero de 2019 como director artístico de la OSUANL, en Monterrey.
Diazmuñoz estudió piano, violoncello, percusión y dirección en el Conservatorio Nacional pero antes de ingresar a éste, se dedicó al aprendizaje autodidacta de varios instrumentos.
Cinco años después de haberse graduado, en 1983, decidió dedicar su energía y tiempo para dirigir y componer. Actualmente, está trabajando en el proyecto que dejó inconcluso el afamado compositor mexicano Daniel Catán, con su inesperado y prematuro fallecimiento en 2011.
Por todo lo anterior, el Maestro Diazmuñoz es sinónimo de calidad, de precisión, de certeza, de innovación, de compromiso, de pasión y de audacia, cualidades que refrenda en cada una de sus presentaciones desde hace más de cuatro décadas.
ASTRID MORALES
Joven pianista mexicana con sólida formación académica e intensa actividad como concertista, que combina con su pasión por la docencia, inició sus estudios musicales a los 7 años de edad, con la distinguida maestra Natasha Tarásova, en la Escuela Superior de Música. Continuó su preparación en el Conservatorio Nacional de Música, con el destacado maestro Héctor Rojas, para obtener la Licenciatura en Piano. Posteriormente ingresó a Southern Methodist University (SMU), en Estados Unidos, en donde bajo la guía del extraordinario pianista español Joaquín Achúcarro, obtuvo dos maestrías: Master in Piano Performance y Master of Music in Piano Performance and Pedagogy, así como un Performer’s Diploma in Piano. Actualmente, a sus 26 años de edad, cursa el Doctorado en Arizona State University (ASU), con el reconocido maestro Robert Hamilton.
Además de sus estudios de posgrado, formó parte del grupo de catedráticos de SMU, en donde impartió clases de piano a niños y jóvenes, práctica docente que continúa ahora como profesora asociada en Arizona State University y parte del ASU School of Music Prep Program.
Astrid debutó a los 8 años de edad, en la estación de radio Opus 94.5 FM del Instituto Mexicano de la Radio y a los 11 años tuvo su primera presentación con la Orquesta Filarmónica del Estado de Querétaro (OFEQ), dirigida por José Guadalupe Flores.
A partir de entonces ha sido solista en diversas ocasiones con las Orquestas: Sinfónica del Estado de México; Meadows Symphony Orchestra; Filarmónica de la Ciudad de México; Sinfónica del Instituto Politécnico Nacional; Sinfónica de Coyoacán, Filarmónica de Acapulco; Filarmónica de Aguascalientes; Sinfónica de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, Sinfónica de Tlaxcala; Sinfónica de la Secretaría de la Defensa Nacional; Sinfónica del Conservatorio Nacional de Música (CNM) ; Orquesta de Cuerdas del CNM y Orquesta de Alientos del CNM, dirigida por los maestros: Enrique Bátiz, Paul Phillips, Virgilio Valle, José Areán, Gabriela Díaz Alatriste, Enrique Barrios, Alfredo Ibarra, Eduardo Álvarez, Stephano Mazzoleni, Guillermo Quezada, Enrique Radillo, Patricio Méndez y Rubén Escobar.
Con un amplio repertorio de música mexicana, especialmente de Manuel M. Ponce, ha ofrecido más de 200 recitales y conciertos en los escenarios más importantes de México, como el Palacio de Bellas Artes, Teatro de la República y Centro de Convenciones de Acapulco, entre muchos otros, y en el plano internacional en Estados Unidos, Canadá, Italia, Holanda y Alemania.
Ganadora del General Concerto Competition, en Dallas, Tx. esta joven pianista ha sido galardonada también en diversos concursos nacionales, además de haber sido seleccionada para participar en conciertos como el Meadows Virtuosi Players formando dúo con el afamado cellista Andrés Díaz.
Ha grabado dos discos con música de los compositores mexicanos: Ladislao Juárez y Armando Rosas. Asimismo ha sido distinguida con numerosas becas, entre las que se encuentran la de SMU, FONCA, Fundacion INBA, Fundación TELMEX y las de reconocidos festivales internacionales de música, en México, Canadá, Estados Unidos y Europa, en donde ha participado en clases magistrales con famosos pianistas como: Jörg Demus, Vladimir Feltsman, Salomón Mikowski, Susan Starr, Lilya Zilberstein, Jorge Federico Osorio, Eva María Zuk, y Arturo Nieto-Dorantes entre otros.
Durante 5 años consecutivos (del 2006 al 2010) fue invitada al ciclo “Poncefonía”, que se realizó en Aguascalientes, en donde a través de numerosas presentaciones en el espectáculo multidisciplinario “Ponce al piano” (que tuvo como finalidad difundir la vida y obra del compositor mexicano, Manuel M. Ponce), se contó con la asistencia de más de diez mil alumnos de secundaria y preparatoria.
En 2012, Astrid Morales fue reconocida con el “Premio de la Juventud del Distrito Federal 2011” por su trayectoria artística. Asimismo, en 2014 recibió el premio “Harold Von Mickwitz Prize in Piano” por parte de Southern Methodist University.
NOTAS AL PROGRAMA
Por: Juan Arturo Brennan
LEONARD BERNSTEIN
Tres episodios sinfónicos de On the town
La historia de On the town, una de las más exitosas partituras que Leonard Bernstein escribió para el teatro, es tan compleja y fascinante como lo fue la vida del compositor. En los primeros meses de 1944, en la ciudad de Nueva York, se estrenó el ballet Fancy free, con música de Bernstein y coreografía de Jerome Robbins. A raíz del éxito del ballet, su amigo Oliver Smith sugirió ampliar la idea original y convertir la obra en una comedia musical. Bernstein aceptó la sugerencia, pero en vez de simplemente añadir material para crear la comedia musical, decidió crear una obra nueva, manteniendo sólo la idea narrativa del ballet original. Así, el trabajo en la partitura de On the town comenzó a tomar forma en un lugar poco probable: un hospital. Resulta que en el verano de 1944 Bernstein tuvo que someterse a una operación del tabique nasal mientras que Adolph Green, uno de los letristas de la obra, sintió pasar por sus amígdalas el bisturí del cirujano. Bernstein y Green decidieron compartir un cuarto de hospital para poder trabajar en la pieza durante sus respectivas convalecencias. A su salida del hospital ambos siguieron trabajando en On the town, y Green contó con la colaboración de Betty Comden, con quien escribió el libreto y las letras de las canciones. Esta fue, por cierto, sólo una de tantas colaboraciones entre Green y Comden, quienes para entonces ya eran bien conocidos como pareja artística, habiendo aparecido en varios espectáculos musicales. Para la coreografía de On the town Bernstein volvió a contar con el enorme talento de Jerome Robbins, de modo que esta comedia musical tuvo un equipo de trabajo de lujo.
La historia que narra el libreto de On the town es un asunto básicamente neoyorquino: tres marineros recién llegados al puerto después de una larga travesía tienen 24 horas de licencia y deciden aprovechar el tiempo al máximo. Los tres alegres marinos, Gaby, Ozzie y Chip, dedican el tiempo a la persecución de diversos amores, reales o ficticios, a través de la compleja geografía urbana de Nueva York. Parte importante de las aventuras del trío está concentrada en la búsqueda de Miss Turnstiles, damisela a la que han conocido en un cartel en una estación del metro. Ya avanzada la trama de la comedia musical el público se entera de que la famosa Miss Turnstiles dedica sus talentos a la noble profesión de bailarina de vientre en el famoso parque de diversiones de Coney Island. Este legendario sitio no es la única locación típicamente neoyorquina que aparece en On the town: durante sus aventuras los tres amigos van a dar a lugares tan improbables como el Museo de Historia Natural.
El estreno de On the town fue planeado para finales de 1944 y la producción del espectáculo fue encargada a Oliver Smith y Paul Feigay. Para la dirección general fueron requeridos los servicios de George Abbott, importante personaje del medio artístico a quien llamaban el Aprendiz de Brujo por haber participado en la creación de varias comedias musicales que dieron fama y fortuna a sus creadores.
El 28 de diciembre de 1944, en el Teatro Adelphi de la ciudad de Nueva York, el telón se levantó para dar paso al estreno de On the town, en cuyo reparto original participaron actuando, cantando y bailando los libretistas Betty Comden y Adolph Green. Como aperitivo, Bernstein y compañía ofrecieron al público la célebre canción New York, New York, que establece el ambiente urbano y festivo de toda la pieza y que hasta la fecha es uno de los grandes éxitos surgidos de Broadway. A partir de su muy aplaudido estreno, tuvo una larga temporada de 463 funciones, número que, dependiendo del parámetro que se use, puede parecer muy alto o muy bajo. Como comparación, he aquí el número de funciones que tuvieron en su corrida inicial las otras comedias musicales escritas por Bernstein: Wonderful town, 559; West Side Story, 734; Peter Pan, 321; Candide, 73; 1600 Pennsylvania Avenue, 7. Tales cifras demuestran que no todos los proyectos teatrales de Bernstein corrieron con buena fortuna.
Para poner en perspectiva el trabajo de Bernstein en la partitura de On the town, bien vale la pena recordar que un año antes de componer esta obra, en 1943, había dado tres pasos importantes en su carrera: obtuvo el premio de la crítica de Nueva York por su sinfonía Jeremías, fue nombrado director asistente de la Filarmónica de Nueva York, y realizó su inesperado y exitoso debut al frente de este conjunto al sustituir de última hora al enfermo Bruno Walter. Así, parecía que su carrera tomaba un camino definitivo en el ámbito de la música de concierto, y de hecho algunos personajes (entre ellos Serge Koussevitzki) intentaron alejarlo de la clase de música ligera que solía escribir para el teatro. Sin embargo, Bernstein decidió seguir participando activamente en ambos mundos musicales, y eso fue parte importantísima de su rica y variada carrera.
El éxito teatral de On the town fue tal que en 1949 se hizo una versión cinematográfica de la obra, dirigida por Gene Kelly y Stanley Donen, con la participación del propio Kelly y de Frank Sinatra en los papeles principales. Las piezas originales de Bernstein fueron arregladas por Roger Edens y Lenny Hayton, trabajo de adaptación que les valió un Oscar de la Academia.
ANDREW LLOYD-WEBBER (1948)
Oberturas de Cats, El fantasma de la ópera y Jesucristo Superestrella
En este mundo moderno en que los superlativos y la hipérbole suelen estar a la orden del día, y en que la lucha por lo más grande, lo más rico, lo más viejo, lo mejor, es cada vez más sorda y sangrienta, se hace realmente difícil hallar parámetros objetivos para definir los alcances verdaderos de algunos personajes de nuestro tiempo. Sin embargo, en medio de esa confusión aún es posible encontrar al menos algunos superlativos indudables. He aquí uno de ellos: Andrew Lloyd-Webber es el compositor más exitoso del siglo XX. Esta afirmación no es estrictamente un invento mío, sino que es un dato que manejan y comparten numerosos especialistas en la materia, y si bien es tan discutible como cualquier afirmación temeraria de este tipo, al parecer nadie se ha atrevido a contradecirla. Más bien, para confirmarla, sólo hace falta consultar algunos textos, hacer algunas sumas y multiplicaciones, y descubrir cuántos millones de personas han visto y oído las comedias musicales y las óperas-rock de Lloyd-Webber, y cuántos millones de ejemplares se han vendido de las respectivas grabaciones, y cuántas partituras de su música se rentan y se venden continuamente, y cuántas transmisiones de televisión se han dedicado a su música, y cuál ha sido la taquilla acumulada de las películas basadas en sus obras, etc.
A todas estas consideraciones y otras más que por falta de espacio han de quedarse en el tintero, cabe agregar el hecho, muy importante, de que además de ser muy exitosa, la música de Lloyd-Webber es muy buena. Esto parece ser una afirmación ociosa, pero es importante en el contexto del mercado musical actual en que tanta basura sonora alcanza éxitos incomprensibles por todo el mundo. A manera de introducción a la selección de piezas de Lloyd-Webber del programa de hoy, vale la pena hacer un rápido recorrido por algunas de sus obras más relevantes.
– Cats (1982). Esta divertida comedia musical está basada en un singular libro de T.S. Eliot, titulado Old Possum’s book of practical cats (‘El libro de gatos prácticos del Viejo Possum’); para el libreto, se añadieron a la obra de Eliot algunos materiales extra escritos por Trevor Nunn y Richard Stilgoe. Cats es una comedia musical con una trama narrativa casi inexistente. La acción transcurre en el mundo surrealista de los gatos de callejón; en un lote de chatarra hay un baile de gatos, en el que se habrá de elegir a uno de ellos para subir al cielo de los gatos.
– El fantasma de la ópera (1988). El libreto de esta obra, escrito a partir de la famosa novela de Gastón Leroux, se ajusta básicamente a la historia del oscuro habitante de los subterráneos de la Ópera de París y de su fijación con la joven cantante a la que quiere llevar al estrellato. Los textos de las canciones se deben a Charles Hart. En la primera puesta en escena de la obra, el papel del fantasma estuvo a cargo de Michael Crawford, quien hasta la fecha no ha sido superado por ningún otro fantasma; la joven cantante fue interpretada por la soprano inglesa Sarah Brightman, quien fue esposa de Lloyd-Webber.
– Jesucristo Superestrella (1971). Sin duda una de las piezas de teatro musical más controvertidas del siglo XX, representó quizá la mejor colaboración entre Lloyd-Webber y el libretista Tim Rice, con el que trabajó en varias ocasiones. (De hecho, hay quienes afirman que cuando se escriba la historia definitiva de la comedia musical de nuestro tiempo, la pareja de Lloyd-Webber y Rice tendrá un lugar importante junto a los legendarios binomios Rodgers y Hammerstein, Bernstein y Sondheim, Lorenz y Hart, Lerner y Loewe.) Como era de esperarse, esta visión poco ortodoxa de los últimos días de la vida de Jesucristo, llena de ángulos políticos, sociales y personales muy interesantes, fue duramente atacada por el ala conservadora de la iglesia católica, lo que logró aumentar notablemente la popularidad y el prestigio de la obra. En el reparto original destacaron Ben Vereen como Judas, Jeff Fenholt como Jesucristo, Yvonne Elliman como María Magdalena y Barry Dennen como Poncio Pilatos.
Si bien estas cuatro son las obras más conocidas y populares de Andrew Lloyd-Webber, no hay que olvidar que su producción incluye también piezas como Aspectos del amor (1990), José el soñador (1982), Canto y danza (1985) y El expreso de las estrellas (1987). Con el objeto de poner en perspectiva el prestigio más que justificado de su trabajo como compositor, conviene recordar que Cats, Evita y El fantasma de la ópera fueron galardonadas con el premio Tony a la mejor comedia musical en sus respectivos años de estreno. Más aún: Jesucristo Superestrella y Evita fueron llevadas al cine con bastante éxito, en sendas películas dirigidas respectivamente por Norman Jewison y Alan Parker en 1973 y 1995 respectivamente. Como corolario de esta breve inspección a la sólida producción musical de Lloyd-Webber vale la pena mencionar que entre éxito y éxito en Broadway y en el West End de Londres, se ha dado tiempo para crear algunas partituras de música de concierto, inspiradas directa o indirectamente por el recuerdo de su padre, el compositor y organista William Southcombe Lloyd-Webber. Entre estas obras se encuentran un Requiem, escrito en 1982 a la muerte de su padre, y las Variaciones sobre un tema de Paganini, para violoncello y orquesta, dedicadas a su hermano, el violoncellista Julian Lloyd-Webber.
GEORGE GERSHWIN (1898-1937)
Rapsodia en azul
La palabra rapsodia es uno de los términos que más abusos han sufrido al paso del tiempo, a manos de los cursis incorregibles, los poetas de tercera y las tías solteronas que tienen el alma en un hilo con cada subsecuente capítulo de una telenovela. Pregunte usted por ahí qué es una rapsodia y probablemente reciba una respuesta como alguna de éstas: “Es una poesía espiritual. Es una melodía etérea e infinita. Es una expresión del alma.” Lo curioso es que ninguna de las rapsodias musicales famosas parece concordar con estas románticas percepciones. El señor Larousse, que mucho sabe de palabras y sus definiciones, indica que una rapsodia era, originalmente, un trozo de los poemas de Homero, que eran cantados por los rapsodas. Esto invita de inmediato a investigar quiénes eran los rapsodas. Eran, ni más ni menos, los recitadores profesionales de poemas, que iban de pueblo en pueblo recitando, principalmente, a Homero. La definición de la rapsodia como forma musical: composición constituida por fragmentos de otras varias. ¿Un popurrí, quizá? Puede ser, si uno se atiene a lo que dice Felipe Pedrell en su Diccionario Técnico de la Música:
Rapsodia. Dícese de los versos malos y de la mala prosa. Pieza de música compuesta de reminiscencias de melodías tradicionales de una nación. Es de forma libre. Liszt fue el creador de este género de composiciones. Sus rapsodias húngaras son la voz de un pueblo, su alma.
Leyendo esto, se puede pensar que las tías solteronas, después de todo, tienen algo de razón respecto a esto de las rapsodias. Un diccionario musical más reciente indica que una rapsodia es más bien un título que una forma musical por sí misma. Por lo general, suele ser una composición de un solo movimiento que se refiere, de manera implícita o explícita, a alguna clase de “inspiración romántica”. Las rapsodias suelen componerse sobre temas existentes, como en el caso famoso de la rapsodia que Sergei Rajmaninov (1873-1943) compuso sobre uno de los caprichos para violín de Niccolò Paganini (1782-1840). Con cierta frecuencia, los temas originales empleados en las rapsodias suelen tener alguna relación con la música popular. Por otro lado, existen también las rapsodias en las que la música es más pura, y en las que no hay tal referencia a lo popular o a melodías previamente existentes.
Así pues, rapsodias van y rapsodias vienen, y llegamos al hecho de que en los primeros días del año de 1924 George Gershwin se dedicaba a la composición de su famosa Rapsodia en azul para piano y orquesta, obra que iba a ser incluida en un concierto de la orquesta de Paul Whiteman. La creación de esta partitura va acompañada de una anécdota musical realmente interesante. Tiempo después del estreno de la obra, Gershwin afirmó que la estructura de la Rapsodia en azul le había venido a la mente durante un viaje en tren a Boston. Los ritmos y los sonidos del ferrocarril pusieron a trabajar su imaginación y al llegar a Boston tenía ya la partitura completa en la cabeza. La verdad es que tenía la parte del piano y la idea general del acompañamiento. La carga de trabajo que Gershwin tenía por aquellas fechas le impidió orquestar el acompañamiento de su Rapsodia en azul, y la orquestación fue realizada finalmente por Ferde Grofé (1892-1972), compositor y arreglista de sólida reputación en su tiempo.
A estas alturas de la historia musical ya no es noticia afirmar que la Rapsodia en azul es sin duda la obra más importante en lo que se refiere a la fusión del jazz con la música de concierto. Este hecho invita a considerar un pequeño problema semántico. Para aquellos que se preguntan por qué la Rapsodia de Gershwin es de color azul, bien vale la pena apuntar que el título se entiende mejor en su versión original en inglés, Rhapsody in blue, en donde el término blue (que puede ser azul o triste, según el contexto) se refiere a un tipo de canción lenta y melancólica de los negros de los Estados Unidos, que se popularizó al inicio del siglo XX y que es uno de los componentes fundamentales del jazz, el blues. Por otra parte, se conoce como blue note (nota azul, o nota triste para ser más exactos) a una nota de la escala musical (la tercera y la séptima, por lo general) a la que se aplica un bemol, o sea un descenso de un semitono, para producir el fundamento del lenguaje armónico propio del jazz. Es decir, no queda duda de que el jazz estuvo siempre en la mente de Gershwin al componer su Rapsodia en azul, o para decirlo con más propiedad, la Rapsodia en blue. La obra fue estrenada el 12 de febrero de 1924, con Gershwin al piano y Paul Whiteman al frente de su orquesta. Gershwin no había terminado de escribir del todo la parte del piano, así que improvisó buena parte de la obra en la noche del estreno, acercándose de ese modo aún más al espíritu del auténtico jazz, en el que la improvisación juega un papel de gran importancia. Más tarde, Gershwin terminó de poner en papel pautado el resto de esta música que le dio fama imperecedera y que, según dicen, es la mejor descripción musical que se ha hecho de la ciudad de Nueva York. Para más señas: tanto el público como la crítica coinciden en que el mejor segmento de la película de dibujos animados Fantasía 2000 es precisamente el que, con el fondo de la Rapsodia en azul de Gershwin y las imágenes inspiradas en el genial cartonista Al Hirschfeld, narra una serie de historias inconfundiblemente neoyorquinas.
Finalmente, para aquellos que ven (correctamente) un elemento subversivo en el jazz, al margen de Gershwin, se ofrece esta cita que refleja el sentir visceral de los hacedores del jazz de todos los tiempos y todos los estilos; la cita es de Norman Mailer y afirma, simplemente, “el jazz es un orgasmo.”
LEONARD BERNSTEIN (1918-1990)
Danzas sinfónicas de West Side Story
Prólogo
En algún lugar
Scherzo
Mambo
Cha-Cha-Cha
Encuentro
Cool-Fuga
Pelea
Final
El muy talentoso y muy controvertido músico estadunidense Leonard Bernstein dejó numerosas y profundas huellas en diversos campos de la actividad creativa. Si bien es cierto que hoy en día la mayoría de los melómanos lo recuerdan como un gran director de orquesta, lo cierto es que también tiene un lugar asegurado en la historia de la música y el teatro de su país gracias a sus indudables contribuciones en el campo de esa forma de arte escénico tan típicamente estadunidense que es el musical. A través de sus partituras para el teatro musical y para la danza, Bernstein estableció un estilo y una forma de pensar en música que habría de influir notablemente en su entorno. En estos campos vale la pena mencionar obras suyas como Fancy Free, On the town, Facsimile, Trouble in Tahiti, Wonderful town, Candide, Dybbuk, 1600 Pennsylvania Avenue y A quiet place. Si bien todas estas músicas escénicas de Bernstein valen la pena de ser escuchadas (de preferencia con su complemento teatral en vivo) por lo que reflejan de la evolución del compositor, lo cierto es que ninguna de sus partituras para el teatro musical ha tenido un éxito tan amplio y duradero como West Side Story.
No cabe duda que algunas de las muestras más contundentes de la estupidez humana provienen de quienes se dedican en nuestro país a traducir los títulos de las películas y obras de teatro que llegan del extranjero. El caso de la cinta West Side Story (Robert Wise, 1961) no fue la excepción: se le conoció en México como Amor sin barreras, título cursi, vago y complaciente que, evidentemente, puede aplicarse a otras 600 películas cuyo centro narrativo es una conflictiva relación de pareja. Antes de convertirse en un filme de merecido y universal éxito, West Side Story pasó brillantemente por Broadway como obra de teatro musical, en medio de circunstancias ciertamente azarosas.
El libretista Arthur Laurents había ideado un asunto al que iba a poner por título East Side Story, en el que la trama habría de desarrollarse entre una chica judía y un muchacho católico. Esta idea fue trabajada en un principio por Laurents, Leonard Bernstein y Stephen Sondheim, autor de las letras de las canciones. Pronto, sin embargo, el trío de creadores desechó el esquema original, se mudó al lado oeste de Nueva York y el conflicto fue asignado en cambio a puertorriqueños y americanos sajones. La historia misma no era más que una interesante actualización de la historia de los infortunados Romeo y Julieta, y en su tiempo la obra escandalizó a mucha gente por su violencia. Con sus nuevas características, West Side Story se estrenó en Broadway en la temporada 1957-1958 y resultó ser uno de los grandes éxitos de esa y muchas otras temporadas de teatro musical. En sus dos primeras series de representaciones, West Side Story alcanzó 980 funciones, y tanto la crítica como el público aclamaron no sólo la música de Bernstein y las canciones de Sondheim, sino también la coreografía de Jerome Robbins, que comunicó a la obra (y después a la película) una energía muy peculiar y contagiosa. A pesar del éxito de West Side Story, se impidió que la obra saliera de gira al extranjero porque algunas autoridades afirmaban que tal clase de conflictos raciales y violencia no eran materia de exportación. De ahí a los horrores de la guerra fría y el macartismo había un solo paso. Lo cierto es que al margen de esta prohibición la obra y la película alcanzaron gran fama, cabalmente merecida, y la suite sinfónica de Bernstein sobre su música original se convirtió en una de las piezas de concierto más populares en los Estados Unidos.
Respecto al asunto de la actualización de los afanes amorosos de Romeo Montesco y Julieta Capuleto, parece que alguien se lo tomó suficientemente en serio como para producir una grabación (con la Sinfónica de Atlanta) que incluye las danzas sinfónicas de West Side Story junto con el Romeo y Julieta de Chaikovski. Para los cinéfilos amantes de la trivia, va este dato: la voz de la actriz Natalie Wood en la película West Side Story fue doblada en los números musicales por la soprano Marni Nixon, quien hizo el mismo trabajo con la voz de Audrey Hepburn en la versión fílmica de Mi bella dama (George Cukor, 1964).
FREDERICK LOEWE (1904-1988)
Selecciones de Mi bella dama
(Orquestación de Robert Russell Bennett)
Este breviario cultural, que pretende asociar algunas cosas aparentemente inconexas, se inicia con un par de referencias clásicas. El nombre de Pigmalión fue llevado por dos figuras distintas de la literatura y la mitología antiguas. En la mitología griega Pigmalión era un rey de Chipre al que le dio por enamorarse de una estatua de Afrodita. En sus Metamorfosis, Ovidio cuenta algo un poco más complicado: Pigmalión es un escultor que hace una estatua de marfil, que representa su ideal femenino. Tan bella le queda su escultura, que Pigmalión procede a enamorarse de ella. En respuesta a una plegaria suya, Venus le da vida a la escultura, para deleite de Pigmalión. Por otra parte, en la Eneida de Virgilio, Pigmalión es un rey de Tiro, al que le da por asesinar al esposo de su hermana Dido.
En el año de 1871, William S. Gilbert, la mitad literaria del famoso dúo Gilbert y Sullivan, hacedores de operetas, adaptó la historia de Ovidio en su texto Pigmalión y Galatea. Aquí comienzan los problemas, porque si usted pregunta quién era Galatea, me vería obligado a decir que era una de las Nereidas. ¿Y las Nereidas, qué eran? Hijas, en número de cincuenta, de Nereo y Doris. ¿Y esta pareja? Pues Nereo era hijo mayor de Ponto y Gea, y Doris era hija de Océano. Y aquí abandono el tema porque es bien sabido que la genealogía de dioses y semidioses es prolija, profusa y endiabladamente complicada. Baste saber que en 1913 el dramaturgo inglés George Bernard Shaw adaptó el tema de Ovidio en una de sus propias obras, dando al asunto de los conflictos del artista creativo un tono irónico muy atractivo y saludable en su obra Pigmalión. El paso de Pigmalión del teatro al cine fue dado en 1938 cuando Gabriel Pascal filmó una película sobre la obra de Shaw. Pascal quedó tan enamorado de su película (como Pigmalión de su escultura) que decidió convertirla en una comedia musical. El proyecto fue propuesto originalmente a Cole Porter, Noel Coward, la pareja de Rodgers y Hammerstein, pero todos lo rechazaron, hasta que Alan Jay Lerner y Frederick Loewe aceptaron el reto y se pusieron a convertir Pigmalión en Mi bella dama.
El argumento de Mi bella dama narra una versión moderna de la historia del escultor griego. Henry Higgins es un maduro, solterón y cascarrabias profesor que un día se encuentra en la calle a Eliza Doolittle, vendedora de flores. Apabullado por el horrible inglés que habla la dama y por sus malos modales, Higgins apuesta con su amigo el coronel Pickering que puede convertir a la florista en una dama de sociedad. Aceptada la apuesta, Higgins se pone a trabajar con la muchacha y, en efecto, al cabo del tiempo la convierte en una elegante y refinada mujer. Y como es de esperarse, termina enamorándose de su creación.
Estrenada en 1956, Mi bella dama obtuvo un éxito rotundo a través de 2717 representaciones continuas. Lynn Fontane, Wendy Hiller y Gertrude Lawrence hicieron creaciones memorables del papel de Eliza Doolittle, y cuando le tocó su turno a Julie Andrews, resultó sorprendentemente convincente, tanto para el público como para la crítica. Y sin duda, Rex Harrison fue el mejor Henry Higgins de todos. Años después, en 1964, el cineasta George Cukor filmó Mi bella dama y los productores decidieron, en una injusta maniobra, dar el papel principal a la actriz Audrey Hepburn y dejar a un lado a Julie Andrews, quien no había actuado en cine. A la hora de la verdad, sin embargo, Audrey Hepburn y los productores tuvieron que tragarse algunos corajes. Si bien Mi bella dama obtuvo ocho Óscares de la Academia, ese año el premio a la mejor actriz fue para Julie Andrews en su debut cinematográfico, por la cinta Mary Poppins. Audrey Hepburn no ganó nada ese año. Para redondear la venganza, Julie Andrews cantó magníficamente las canciones de Mary Poppins, mientras que en Mi bella dama, Audrey Hepburn tuvo que ser doblada por la voz de Marni Nixon, la misma cantante que antes había doblado a Natalie Wood en West Side Story.
El autor de la partitura de Mi bella dama, Frederick Loewe, nació en Viena y originalmente enfocó sus talentos hacia una carrera de pianista de concierto. Llegó a tocar con la Filarmónica de Berlín a los 13 años de edad y fue alumno de importantes pianistas como Busoni y D’Albert. En 1924 emigró a los Estados Unidos, donde su carrera como pianista y compositor se estancó. Tuvo que tocar el piano en restaurantes para obtener ingresos, y mientras lo hacía comenzó a escribir canciones con las que logró cierto éxito, y sus primeras incursiones en el campo de la comedia musical estuvieron claramente influidas por el estilo (ya para entonces obsoleto) de la opereta vienesa. En 1942 Loewe conoció al escritor Alan Jay Lerner, y ambos formaron una pareja creativa que, entre otras cosas, dio vida a cuatro de las comedias musicales más exitosas de Broadway: Brigadoon (1947), Paint your wagon (1951), Mi bella dama (1956) y Camelot (1960). Una buena medida del éxito de estas comedias musicales de Lerner y Loewe es el hecho de que todas fueron llevadas al cine con buena fortuna. Por cierto, Lerner y Loewe obtuvieron el Premio Pulitzer por su trabajo en Mi bella dama.