Programa
Canto latinoamericano
Mario Kuri-Aldana
España
Emmanuel Chabrier
INTERMEDIO
Sinfonía No. 9 en mi menor, Op. 95, Del nuevo mundo
Antonin Dvořák
Adagio-Allegro molto
Largo
Scherzo: Molto vivace
Allegro con fuoco
Director artístico: Eduardo Diazmuñoz
*Programación sujeta a cambios
EDUARDO DIAZMUÑOZ
Eduardo Diazmuñoz se ha ganado el reconocimiento internacional como uno de los músicos más versátiles y completos de su generación ya que desde su debut a los 22 años de edad en el Palacio de Bellas Artes, es considerado como un “músico completo” que conjuga el entrenamiento de la “vieja escuela” de dirección orquestal, con amor, pasión, compromiso y proclividad a innovar, aunados a una infatigable curiosidad musical que le ha llevado a estrenar más de 150 obras.
Algunas de sus composiciones han sido estrenadas y grabadas en México, Europa y Estados Unidos. También ha compuesto para cine, teatro y televisión. Ha dirigido a más de 110 orquestas, ha grabado más de 35 discos para 24 sellos, algunos de ellos reeditados, fundamentalmente promoviendo música mexicana. Tiene en su haber asimismo, dos discos de oro y uno de platino por sus ventas discográficas con El Tri Sinfónico.
En México son de buen recuerdo sus residencias con la Filarmónica de la Ciudad de México (de la que es miembro fundador), la OFUNAM, la OSEM, la Sinfónica Carlos Chávez, la Orquesta de Baja California, L’Academie Tecquepegneuse, que co-fundó en 1978 y la Filarmónica Metropolitana que fundó en 1998, éstas dos para proyectos especiales.
Ha sido galardonado con el Premio Nacional de la Juventud 1975; los cuatro reconocimientos otorgados por la Unión Mexicana de Cronistas de Teatro y Música de México, (1978, 1987, 1997 y 2002); nominado al Grammy Latino en tres ocasiones, obtuvo la anhelada presea en su tercera nominación; el Premio al Músico Internacional del Año 2003 por su promoción a la música nueva, otorgado por el International Biographical Centre con sede en Cambridge, Inglaterra, entre otros.
Diazmuñoz celebró en 2015 sus 40 años como director de orquesta actuando al frente de la Filarmónica de Boca del Río. Dirigió la celebración por los 100 años del Conservatorio de Sidney, con quien llevó a cabo un magno concierto justo en la fecha del Centenario, con la impactante obra de su mentor, Leonard Bernstein, Mass (Misa) en la legendaria casa de ópera de Sidney al frente de más de 400 músicos, cantantes y bailarines.
Asimismo, en junio de ese mismo año dirigió al frente de OFUNAM, el estreno mundial de su más reciente composición sinfónica (Los inesperados caminos del espíritu), la cual estrenó localmente al año siguiente con la Orquesta Sinfónica de Xalapa.
Su compromiso con la educación musical ha quedado de manifiesto en varios países; en el Conservatorio Nacional, en la facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, en el Programa Nacional de Orquestas y Coros Juveniles y en la Academia Musical Fermatta en México.
En Francia, en la Société Philarmonique de París. En Estados Unidos, en la Escuela de Artes del Nuevo Mundo en Miami y en la Universidad de Illinois en donde destacó por haber fungido como Director Artístico y Musical tanto de Opera at Illinois con tres producciones anuales durante una década, habiendo producido en ese lapso 38 óperas, como también la re-estructuración del Ensamble de Música Nueva, habiéndolo consolidado como el de mayor calidad dentro de la Universidad y de la escena musical contemporánea en el estado.
De agosto del 2013 a noviembre del 2018, fue presidente del área de Dirección, profesor de los programas de maestría y doctorado en Dirección Orquestal, así como director artístico-musical y director titular de la Orquesta Sinfónica del Conservatorium de Sidney, Australia, posiciones que ganó por oposición internacional. Su regreso a México se da a partir de enero de 2019 como director artístico de la OSUANL, en Monterrey.
Diazmuñoz estudió piano, violoncello, percusión y dirección en el Conservatorio Nacional pero antes de ingresar a éste, se dedicó al aprendizaje autodidacta de varios instrumentos.
Cinco años después de haberse graduado, en 1983, decidió dedicar su energía y tiempo para dirigir y componer. Actualmente, está trabajando en el proyecto que dejó inconcluso el afamado compositor mexicano Daniel Catán, con su inesperado y prematuro fallecimiento en 2011.
Por todo lo anterior, el Maestro Diazmuñoz es sinónimo de calidad, de precisión, de certeza, de innovación, de compromiso, de pasión y de audacia, cualidades que refrenda en cada una de sus presentaciones desde hace más de cuatro décadas.
NOTAS AL PROGRAMA
Por: Juan Arturo Brennan
MARIO KURI-ALDANA (1931-2013)
Canto latinoamericano
Suele ocurrir con alguna frecuencia en nuestro medio musical que tal o cual compositor es identificado no por el conjunto de sus obras, sino por una o dos de sus composiciones, que se ejecutan con relativa frecuencia, a expensas del resto de su producción. Así, el caso de Galindo y sus Sones de mariachi, Moncayo y su Huapango, Chávez y su Sinfonía india, Revueltas y su Sensemayá. En el caso de Mario Kuri-Aldana, algo similar puede decirse, en el sentido de que su imagen sonora en nuestro medio suele estar definida por dos de sus obras más notables, que se ejecutan con más frecuencia que el resto de sus creaciones: Máscaras, para marimba, alientos y percusión, y Xilofonías, para alientos y percusión. Ambas obras son muy representativas del pensamiento musical de Kuri-Aldana, basado en un nacionalismo atento a las nuevas corrientes y con una gran atención a los contrastes tímbricos. Sin embargo, hay mucha más música en la producción de este compositor, que nació el 15 de agosto de 1931 en la ciudad de Tampico. Estudió piano con Carlos del Castillo y realizó sus estudios de composición en la Escuela Nacional de Música. Tuvo como maestros, entre otros, a Rodolfo Halffter y a Luis Herrera de la Fuente. Complementó sus estudios en el famoso Instituto Torcuato di Tella en Argentina, donde tuvo como profesores a Alberto Ginastera, Olivier Messiaen, Bruno Maderna, Luigi Dallapiccola, Aaron Copland, Gilbert Chase y Karlheinz Stockhausen. En el campo de la dirección de orquesta tomó cursos con Igor Markevitch y Jean Giardino. Además de una activa carrera como compositor, Mario Kuri-Aldana fue maestro de composición, solfeo, cultura musical, armonía y contrapunto; estuvo vinculado de cerca a la actividad de difusión musical por la radio, a la danza mexicana, y a la actividad de las bandas de música y los grupos de cámara. Entre sus escritos musicales se encuentran textos sobre el folklore, el nacionalismo y la expresión musical en América.
El 9 de octubre de 1967, en una escuela rural del poblado boliviano de La Higuera, muy cerca de la Quebrada del Yuro, fue asesinado el doctor Ernesto Guevara de la Serna, mejor conocido como el Che Guevara, ideólogo, patriota, pensador, revolucionario sin par a quien Jean Paul Sartre llamó “el hombre más completo de nuestra época”. En memoria de este singular y entrañable personaje, Mario Kuri-Aldana compuso en 1971 una obra para barítono, coro y banda que llevó por título original In memoriam. Al quedar terminada la partitura, la obra llevaba ya su título definitivo, más cercano al espíritu del Che Guevara: Canto latinoamericano. Para la versión original de la obra Mario Kuri-Aldana eligió un texto de Julio Cortázar sobre el Che. Más tarde, este texto fue sustituido por otro, escrito por Armando Kuri-Aldana, hermano del compositor. Ambos textos van plenamente de acuerdo al ritmo y la métrica de la música del Canto latinoamericano. El texto de Cortázar se inicia así:
Yo tuve un hermano
que iba por los montes…
Y el inicio del texto de Armando Kuri-Aldana es éste:
Ernesto Guevara,
revolucionario…
Hasta la fecha, la versión original para barítono, coro y banda del Canto latinoamericano no ha sido estrenada. En 1977, el propio Mario Kuri-Aldana realizó una transcripción de la obra para orquesta, y en esta nueva versión propuso maderas a tres, cuatro cornos, tres trompetas, tres trombones, tuba, timbales, cuatro percusionistas y cuerdas. Canto latinoamericano está dedicada, claro, al Che Guevara, y su estructura tiene la forma de un puente, cuyo esquema podría definirse así: A-B-C-B-A. Esta forma cíclica se abre y se cierra con una melodía de origen lituano, triste y contemplativa, que el compositor escuchó por primera vez en casa de su colega Joaquín Gutiérrez Heras (1927-2012). El resto del material de la obra es totalmente original, y con él Kuri-Aldana construyó una especie de Réquiem por un gran personaje.
La obra se inicia con una sección cantable sobre un trémolo de las cuerdas, a la que sigue una parte en que los metales suenan solemnes y declamatorios. En la parte central de la pieza, las percusiones proponen un esquema rítmico de sabor tropical, de corte antillano, y la armonía tiene algunas connotaciones de música popular, en especial por el empleo de intervalos de terceras paralelas. El final de la obra, espejo del principio, es un final de gran intensidad en el que el compositor propone un himno en el que reafirma su homenaje al Che Guevara. El mismo año de composición de la versión original de Canto latinoamericano, Mario Kuri-Aldana compuso también Formas de otros tiempos, para arpa y cuerdas, y un arreglo para banda de su suite titulada Cuatro bacabs.
La versión orquestal de 1977 de Canto latinoamericano fue estrenada en el año de 1980 en el Polyforum Cultural Siqueiros de la Ciudad de México, con la Orquesta Sinfónica Vida y Movimiento dirigida por Evelyn Groesch.
EMMANUEL CHABRIER (1841-1894)
España
Hace ya bastantes años vino a México, procedente de San Sebastián, un coro de voces masculinas que realizó algunas presentaciones en México. Este grupo vasco, el Coro Easo, dio un concierto en el Teatro de Bellas Artes de la Ciudad de México en el que, si la memoria no me falla, fueron interpretadas obras de Johannes Brahms (1833-1897) y Luigi Cherubini (1760-1842). El coro en cuestión resultó ser muy bueno, y a petición ruidosa e insistente del público, cantó algunas canciones a cappella fuera de programa. A la mitad de uno de estos encores creí reconocer lo que el Coro Easo cantaba, pero por más que exprimía mis agotadas neuronas no podía identificar cabalmente la melodía. Podría haber jurado que era una obra conocidísima, pero me resultaba imposible asociarla con un título o un compositor. Terminado el sabroso concierto del Coro Easo, caminando por la Avenida Cinco de Mayo, me topé con algunos miembros del coro que salían del teatro y de inmediato pregunté a uno de ellos qué era aquella pegajosa y a la vez elusiva canción. La respuesta: “¡Pues nada, que es una jota aragonesa muy famosa!” Todavía tuvieron que pasar algunos minutos para que el velo de la desmemoria cayera de mis oídos: aquella jota aragonesa tan bien cantada por el Coro Easo era, ni más ni menos, uno de los temas principales de la rapsodia orquestal España de Emmanuel Chabrier. Sobra decir que hice todo el camino de regreso a casa silbando esa jota, y sobra decir también que nunca se me olvidará.
¿Qué hace, pues, una jota aragonesa en el interior de la obra más famosa de un compositor francés? Es claro que en este punto ya no hace falta extenderse en el muy repetido asunto de los muchos compositores franceses que, fascinados con la cultura de la vecina España, compusieron una buena cantidad de obras de aliento, inspiración y contornos españoles: Maurice Ravel (1875-1937), Claude Debussy (1862-1918), Georges Bizet (1838-1875), Edouard Lalo (1823-1892), Chabrier, por mencionar sólo algunos. Así, sólo queda recordar la breve y categórica definición que del término rapsodia hace Don Felipe Pedrell en su invaluable Diccionario Técnico de la Música:
Rapsodia. Pieza de música compuesta de reminiscencias de melodías tradicionales de una nación. Liszt fue el creador de este género de composiciones. Sus Rapsodias húngaras son la voz de un pueblo, su alma.
Al margen de que pueda ser prudente o no el atribuir la paternidad de la rapsodia a Franz Liszt (1811-1886), es posible meditar momentáneamente sobre la definición ofrecida por Pedrell, que es bastante precisa, y de inmediato preguntar: ¿no son, entonces, el Huapango de José Pablo Moncayo (1912-1958) y los Sones de mariachi de Blas Galindo (1910-1993), auténticas rapsodias mexicanas? Ahí queda la pregunta para los interesados en estos asuntos.
Y para los demás, el recordatorio de que los viajes no sólo ilustran, sino que a veces también inspiran música. Caso concreto, el del señor Alexis Emmanuel Chabrier, oriundo de Ambert, avecindado en París, abogado de profesión y músico por vocación, admirador ferviente de Richard Wagner (1813-1883), director de coros y hombre de muy buen humor. Hacia noviembre de 1882, Chabrier se hallaba de viaje por España, específicamente en la hermosa ciudad de Granada. Desde el corazón de Andalucía, el músico francés envió una extensa carta a un amigo, en la que le decía, entre otras cosas, que durante toda su estancia entre los andaluces no había visto una sola mujer realmente fea. ¡Cuánta razón tenía Chabrier al hacer esta observación! En la misma carta el compositor describía fascinado sus experiencias ante la música de la región, que evidentemente le había causado una profunda impresión. Así, en la carta de Chabrier se hallan referencias a los zapateados, las malagueñas, las peteneras, los tangos, las habaneras. Respecto a las danzas, Chabrier escribió esto:
Y las damas son absolutamente árabes, para decir la verdad. Si pudieras verlas, retorcerse, casi dislocarse las caderas, no querrías irte jamás. En Málaga el baile se puso tan intenso que tuve que llevarme a mi esposa; ya no era tan divertido. No puedo ponértelo por escrito, pero lo recuerdo y te lo describiré en persona.
Pobre Chabrier…. ¿qué cara habría puesto si se hubiera topado de pronto con la lambada o el breakdance?
El caso es que, como él mismo lo aseveraba en la misma carta, se dedicó a tomar nota de los complejos ritmos y las cambiantes melodías de la música española que escuchó, y más tarde utilizó esos apuntes como materia prima para su rapsodia España, que es una de las más brillantes y divertidas piezas de este género. España fue escrita originalmente para piano y orquestada más tarde por el propio Chabrier. La obra fue estrenada por la Orquesta Lamoureux de París, y desde su primera ejecución ha permanecido, merecidamente, como una obra favorita entre los melómanos de sangre caliente, en especial aquellos que han tenido la fortuna de sentir el rumor del cante jondo a la sombra de los muros de la Alhambra.
ANTONIN DVOŘÁK (1841-1904)
Sinfonía No. 9 en mi menor, Op. 95, Del nuevo mundo
Adagio-Allegro molto
Largo
Scherzo: Molto vivace
Allegro con fuoco
La repetición frecuente de las tres últimas sinfonías del catálogo de Antonin Leopold Dvořák (las números 7, 8 y 9) sin duda va en detrimento de las otras seis, que raramente son ejecutadas en los conciertos sinfónicos, y entre las cuales los melómanos de verdad podrían hacer interesantes descubrimientos sobre el desarrollo del pensamiento sinfónico del compositor. Es claro, sin embargo, que este estado de cosas no disminuye en nada el valor intrínseco de las tres sinfonías mencionadas, entre las cuales la última es, a pesar de su ubicuidad, una de las sinfonías más hermosas de todo el repertorio, y nada tiene de lugar común.
En el verano de 1891, después de repetidas negativas, Dvořák aceptó finalmente la proposición de la señora Jeannette Thurber de ir a Nueva York por dos años como director del Conservatorio Nacional que ella había fundado en 1885. Dvořák pidió licencia de sus deberes en el Conservatorio de Praga y marchó a los Estados Unidos, donde fue director del Conservatorio desde septiembre de 1892 hasta mayo de 1894. En este período, el músico checo (quizá habría que decir bohemio para no alterar la geopolítica europea de aquellos tiempos) adquirió un gusto particular por el folklore de la parte norte del Nuevo Mundo, por los músicos negros, por la poesía de Henry Wadsworth Longfellow, por los paisajes y las ciudades de los Estados Unidos. En el verano de 1893 Dvořák viajó por varias regiones del país y permaneció una corta temporada en el pueblo de Spillville, en el estado de Iowa, habitado mayoritariamente por bohemios venidos del Viejo Mundo. En Spillville, Dvořák tocaba el órgano en la iglesia los domingos, y en este pintoresco pueblo hizo numerosos apuntes para lo que habría de ser su obra más famosa, la sinfonía Del nuevo mundo.
Mucho se ha dicho y escrito sobre la autenticidad (o falta de ella) de los motivos, temas, armonías y ambientes sonoros americanos empleados por Dvořák en esta bella sinfonía. La única conclusión a la que se ha podido llegar sin demasiadas contradicciones es que, sea cual fuere el contenido “folklórico” de la sinfonía, el hecho es que la música misma es tan bohemia como la de cualquiera de las otras obras de Dvořák. El compositor creía en la identidad casi completa entre la música negra y la música indígena de los Estados Unidos; esta forma de pensar se refleja en la famosa melodía del corno inglés en el segundo movimiento de la sinfonía Del nuevo mundo, que para muchos estadunidenses está inspirada en el carácter de los spirituals negros. Sin embargo, el mismo Dvořák declaró que este tema había sido inspirado por la escena del funeral de Minnehaha en el poema épico Hiawatha (1855) de Henry Wadsworth Longfellow. El Scherzo de la sinfonía, por otra parte, y según las palabras del compositor, “fue sugerido por la escena de la celebración en Hiawatha, en la que los indios danzan, y es también un intento que hice de impartir a mi música el color local y el carácter indígena.” Hay, sin embargo, al menos un momento de la hermosa Sinfonía Del nuevo mundo en el que Dvořák parece aludir directamente a una fuente tradicional. La referencia específica, no del todo improbable, es el conmovedor spiritual titulado Swing low, sweet chariot, que parece ser citado por Dvořák en uno de los temas principales del primer movimiento de la sinfonía.
Cuatro días antes del estreno de la sinfonía, realizado el 15 de diciembre de 1893 por la Filarmónica de Nueva York dirigida por Anton Seidl, el compositor declaró en una entrevista:
Es este el espíritu que he tratado de reproducir en mi nueva sinfonía. No he utilizado ninguna melodía oída en América. Simplemente he escrito temas originales imbuidos de las peculiaridades de la música indígena y los he desarrollado con todos los recursos modernos de ritmo, armonía, contrapunto y color orquestal.
Respecto al Hiawatha de Longfellow, se sabe que Dvořák lo había leído treinta años antes de llegar a Nueva York. La señora Thurber, habiendo convencido a Dvořák de aceptar la dirección del Conservatorio Nacional, le pidió que compusiera una obra americana. Para tal efecto, ella se encargó de que el poema Hiawatha fuera convertido en un libreto. Sin embargo, la presunta ópera sobre el texto de Longfellow nunca se materializó, pero más tarde Dvořák indicó que algunos de los temas que pensaba incluir en la ópera hallaron un lugar en la sinfonía Del nuevo mundo, que fue compuesta entre diciembre de 1892 y mayo de 1893. Para los interesados, va le dato de que el título original de esta obra en checo es Z Nového světa.
Unos meses después del estreno de esta cálida, poderosa y evocativa sinfonía, Dvořák regresó a Europa, prometiendo volver pronto al Nuevo Mundo. En 1896 visitó Londres por última vez y en ese mismo año tuvo su único encuentro con Anton Bruckner (1824-1896), pocos meses antes de la muerte del gran sinfonista austriaco. El regreso de Dvořák a América, planeado para 1897, nunca se materializó. El compositor bohemio pasó los últimos años de su vida dedicado a la composición de óperas y poemas sinfónicos, hasta su muerte en 1904, y ya nunca habría de componer otra sinfonía.